Nació el 2 de julio de 1923 en Bnin (ahora Kórnik), Polonia. Poeta, Ensayista y Traductora. Estudió Lengua y Literatura Polaca y Sociología. Mantuvo una columna de crítica literaria. En su juventud estuvo vinculada al partido comunista del que se distanció totalmente. Fue Premio de Literatura de Cracovia, 1963. Premio del Ministerio de Cultura de Polonia, 1991. Premio Goethe. 1996. Premio Nobel de Literatura, 1996. Como Diría la Academia Sueca que otorga el Premio Nobel: “Por una poesía que con precisión irónica, logra que pasajes de la realidad humana, salgan a la luz en su contexto histórico e ideológico”. Wislawa Szymborska vivió en Cracovia desde los 8 años, allí escribió toda su poesía y murió a la edad de 89 años en 2012. Existe un monumento a Wisława Szymborska en Kórnik, cerca de Poznań. Tiene la forma de un banco en el que se sienta el gato. Está junto a la casa de Prowent, donde nació la poeta, junto al paseo marítimo que lleva su nombre.
La cortesía de los ciegos Un poeta lee poemas a unos ciegos. No se imaginaba que fuera tan difícil. Le tiembla la voz. Le tiemblan las manos. Siente que cada frase debe superar la prueba de la oscuridad. Tendrá que arreglárselas solo, sin luces ni colores. Peligrosa aventura para las estrellas de sus poemas, para la aurora, el arco iris, las nubes, los neones, la luna, para los peces hasta ahora tan plateados bajo el agua y los azores tan callados, altos en el cielo. Lee —porque es ya demasiado tarde para no leer— sobre el niño de la cazadora amarilla en el verde prado, sobre los rojos tejados que se pueden contar en los valles, sobre los vivaces números en las camisetas de los jugadores y sobre una mujer desnuda tras una puerta entreabierta. Quisiera omitir —aunque eso no es posible— a todas aquellos santos en la bóveda de la catedral, aquel gesto de despedida desde la ventana del vagón, la lente del microscopio y el destello en el anillo, y las pantallas y los espejos y el álbum con rostros. Pero es grande la cortesía de los ciegos, grandes su comprensión y su magnanimidad. Escuchan, sonríen, aplauden. Alguno de ellos incluso se acerca con un libro abierto al revés pidiendo un autógrafo invisible para él. *** Poeta czyta wiersze niewidomym. Nie przewidywał, że to takie trudne. Drży mu głos. Drżą mu ręce. Czuje, że każde zdanie wystawione jest tutaj na próbę ciemności. Będzie musiało radzić sobie samo, bez świateł i kolorów. Niebezpieczna przygoda dla gwiazd w jego wierszach, zorzy, tęczy, obłoków, neonów, księżyca, dla ryby do tej pory tak srebrnej pod wodą i jastrzębia tak cicho, wysoko na niebie. Czyta - bo już za późno nie czytać - o chłopcu w kurtce żółtej na łące zielonej, o dających się zliczyć czerwonych dachach w dolinie, o ruchliwych numerach na koszulkach graczy i nagiej nieznajomej w uchylonych drzwiach. Chciałby przemilczeć - choć to niemożliwe - tych wszystkich świętych na stropie katedry, ten pożegnalny gest z okna wagonu, to szkiełko mikroskopu i promyk w pierścieniu i ekrany i lustra i album z twarzami. Ale wielka jest uprzejmość niewidomych, wielka wyrozumiałość i wspaniałomyślność. Słuchają, uśmiechają się i klaszczą. Ktoś z nich nawet podchodzi z książką otwartą na opak prosząc o niewidzialny dla siebie autograf. *** Antes nos sabíamos el mundo al azar: era tan pequeño que cabía en un apretón de manos, tan fácil que se podía describir con una sonrisa, tan común como en una plegaria el eco de las viejas verdades. La historia nos saludaba con fanfarrias victoriosas: en nuestros ojos entraba arena sucia. Teníamos por delante caminos lejanos y ciegos, pozos contaminados, pan amargo. Nuestro botín de guerra es el conocimiento del mundo: es tan grande que cabe en un apretón de manos, tan difícil que se puede describir con una sonrisa. tan extraño como en una plegaria el eco de las viejas verdades. Ofrecemos un relato que describe el encuentro entre Czeslaw Milosz y Wislawa Szymborska, realizado por Anna Bikont y Joanna Szczesna. Traducido para lamajadesnuda.com por Alberto Valero Anna Bikont, Joanna Szczesna: “La Vie est un reportage” Anthologie du reportage littéraire polonais. Les Editions Noir sur Blanc, 2005, Suiza. LA TIMIDA (2004) “Szymborska y Milosz se conocieron de la manera más natural del mundo; su encuentro fue decidido y orquestado por Czeslaw Milosz porque Wislawa Szymborska jamás hubiera tenido la audacia” -afirma la académica Teresa Walas, amiga de ambos poetas- Ignoro si hubieran utilizado la palabra “amistad” para calificar lo que los une, pero su vínculo es para ellos, indiscutiblemente, un hermoso guiño del destino” Wislawa ve a Czeslaw Milosz por primera vez el 31 de enero de 1945, durante la velada poética que inaugura el renacimiento de la vida literaria en la Cracovia liberada. Una densa multitud plena la sala glacial del Teatr Stary. Hay gente en los pasillos, el foyer y en todos los escalones, con mantas, cazadoras, pieles, gorras y bufandas. La gente se sopla las manos para calentarse. Cada bocanada de aire se condensa en un vaho. Alguien en la escena evoca la vida literaria durante la ocupación; después, los poetas leen sus versos y los poemas de los ausentes son leídos por actores. Cada lectura es seguida por aplausos atronadores. Al final, ávidos de poesía, los espectadores invaden el escenario para besar a los escritores en ambas mejillas, darles macetas con flores y pedirles autógrafos en pequeños trozos de papel. Szymborska observa desde lejos tal delirio. “Czeslaw Milosz es el que más me impresionó -nos dice- En general los poetas leían muy mal sus textos, no articulaban, se equivocaban, tartamudeaban, y como todo ocurría sin micrófonos, no escuchábamos mayor cosa. Y entonces apareció Milosz. Con el aire de un tierno querubín con la voz bien pausada. Recuerdo que pensé: he aquí un gran poeta y, desde luego, no osé acercarme a él”. Szymborska describe este encuentro inicial con Milosz y su poesía en una de sus crónicas que intitula Mi timidez: “No me decían nada los nombres de los participantes. En cuanto respecta a la prosa, era una lectora bastante conocedora, pero, en cambio, ignoraba mucho sobre la poesía. Pero ese día yo miraba y escuchaba. No todos los autores alcanzaban a presentar sus textos, algunos los recitaban con un énfasis insoportable, a otros se les quebraba la voz y sostenían las cuartillas con manos temblorosas. En cierto momento fue anunciado alguien llamado Czeslaw Milosz. Leyó sus versos sin nerviosismo y sin efectos declamatorios. Como si pensase en alta voz, invitándonos a acompañarlo en sus reflexiones. “Y, sí, me dije, he aquí la poesía y un verdadero poeta”. Desde luego, yo era injusta. Otros dos o tres poetas merecían, igualmente, que se interesasen por ellos aquel día. Pero si hay escalones para alcanzar una calidad excepcional, yo sentía que aquel donde Milosz se situaba era muy elevado”. La laureada del Premio Nobel no se ha liberado jamás de esa timidez sentida frente a Czeslaw Milosz, que testimonia con humor en un dístico de sus Retratos de poetas de Cracovia: Aquí, Czeslaw Milosz, rostro severo Arrodíllate, recita el Padre Nuestro. Además, cada vez que se dirige a él, lo trata siempre de “Maestro”. Nadie sabe lo que Milosz piensa, se rehúsa a cualquier comentario y no nos dice si está divertido, emocionado o molesto y por supuesto que se acuerda de aquella velada de 1945: “Estaba lejos de preocuparme de la impresión que había producido- responde cuando se le pregunta si tenía conciencia de haberse distinguido tanto de los demás autores- Todos éramos extrañas criaturas que emergíamos de nuestras madrigueras, vestidos extrañamente”. Milosz permanece brevemente en Cracovia. A partir de 1946 ocupa un puesto diplomático polaco en los Estados Unidos. Szymborska recuerda, sin embargo, haberlo visto una vez antes de su partida. Lo recuerda sobre todo porque su admiración fue puesta entonces a dura prueba. Sin contar que fue en un restaurante, y que era la primera vez que Wislawa Szymborska iba a un restaurante. Acababa de echar un vistazo en torno a la sala, ¿y qué vio? “En una mesa próxima, el mesonero servía costillas de puerco con repollo a Milosz y las personas que lo acompañaban. Milosz comía con apetito. Recuerdo cuánto me chocó la escena del poeta etéreo, el querubín ante una costilla de puerco! Yo sabía que los poetas debían comer algunas veces ¡Pero un alimento tan poco refinado! Me tomó largo tiempo reponerme. Pronto me convertí en lectora asidua de sus textos poéticos. El día que leí en la prensa El Saludo y otros poemas de Milosz, me sentí todavía más intimidada por él”. Al interrogársele sobre la fecha en que tuvo conocimiento de la existencia de Wislawa Szymborska, Milosz afirma que fue en la primavera de 1945, en la calle Krupnicza de Cracovia. “Me describieron a una de las poetisas del Círculo de Jóvenes Escritores como la más promisora. Debía ser Szymborska”. ¿Es eso exacto? Es cierto que Szymborska había publicado ya en el diario Dziennik Polski su poema Busco la palabra. Adam Wlodek, un crítico literario que, sin embargo, fue siempre su admirador (y también, en un tiempo, su marido) no duda en decir, años más tarde, que los primeros poemas de Wislawa “no tenían nada de excepcional, eran todos simplemente malos”. Milosz leyó muy tarde los poemas de Szymborska y ya no recuerda cuál de sus folletos atrajo su atención. La primera prueba de su interés data de 1965, cuando Milosz estaba en los Estados Unidos y redactó su antología Postwar Polish Poetry, donde tradujo un poema de la futura laureada del Nobel, tomado del folleto La Sal: Estoy demasiado cerca para que él sueñe conmigo. No vuelo por encima de él, no me le escapo bajo las raíces de los árboles. Estoy demasiado cerca (…) Nunca más mi muerte será tan dulce, de tal manera fuera del cuerpo, fuera de la conciencia, como una vez en su sueño. En la universidad de Berkeley, para sus estudiantes del seminario de traductología, Milosz comentó, además, esos versos eróticos de inquietante metafísica. “No podía omitir a Szymborska en esa antología –explica- porque ya conocía muchos folletos con sus poemas y sabía del puesto que ocupaba en la poesía polaca. Ocurre que esta antología es muy especial y muestra el sexismo de su autor. No se encuentra sino a dos mujeres: Szymborska, con su poema Estoy muy cerca, y Urszula Koziol con su poema Laurum. Como única excusa diría que los libros de Polonia me llegaban con demasiado retardo”. Agrega que el lugar que asignaba a los diversos autores, por orden de importancia, conoció fluctuaciones. En la tercera edición de su antología, de 1983, ya había incluido ocho poemas de Szymborska. “Mi punto de vista cambiaba - continúa Milosz- mientras me desprendía de mis horribles manías machistas. Ignoro si el Premio Nobel tuvo algo que ver, porque desde luego yo había notado la importancia de Szymborska mucho tiempo atrás”. En las veladas poéticas norteamericanas, Milosz leía los versos de Szymborska en inglés, y el público, joven en general, comprendía y aplaudía su “espíritu chispeante bajo el cual se disimulaba un sentido profundo”. Muchos años antes de la atribución del Premio Nobel a Szymborska, las personas presentes en una velada de lectura poética en Berkeley apreciaron particularmente su poema Elogio de mi hermana. Cuando escucharon: “Mi hermana no escribe poemas/ Ella, sin duda, jamás escribirá poemas” comenzaron a reir y su risa fue tan comunicativa que contagió a Milosz. “Sospechaba que al menos una buena mitad de la sala se había atrevido a versificar y que ésa era la causa de su diversión”, escribió más tarde en el semanario cracoviano Tygodnik Powszechny. “Mi opinión sobre la poesía de Szymborska se manifiesta también por la presencia de sus poemas en mi antología Extractos de Obras Utiles, confía aún Milosz, que optó por dar también un sitio a otros poetas polacos como Józef Czechowicz, Ryszard Krynicki, Znigniew Machej, Bronislaw Maj, Tadeusz Rózewicz, Anna Swirczynska, Alexander Wat y Adam Zagajewski. “En el capítulo Dificultad con la descripción de los objetos se halla su poema Visto con un grano de arena, en el De la Naturaleza sus versos titulados Elogio de la mala opinión de uno mismo y Visión desde la altura”. Para nuestra tranquilidad, las bestias no mueren sino que revientan, como si una muerte tal tuviese menos consecuencias Milosz comenta: “No sin ironía, el poema de Szymborska nos remite a nuestra indiferencia respecto de todas las bestezuelas que desaparecen a nuestro alrededor, que nos acompañan en nuestra existencia sobre la tierra (…) Nos hemos acordado de una separación entre nosotros los seres humanos y los otros seres, y todo para que tal arreglo nos proteja como un escudo”. “Szymborska y Milosz están atentos a las cuestiones metafísicas, afirma Ryszard Krynicki. Milosz es el único en ser explícito, Szymborska hace como si ella no se preocupase tanto. Para convencerse, basta ver como ella aborda la cuestión de la muerte en uno de sus últimos poemas titulado El mañana, sin nosotros: Frescura y bruma de la mañana Visibilidad restringida Calzadas resbalosas (…) El día siguiente se anuncia soleado, aunque quienes sigan con vida tendrán que usar paraguas. “La vejez, la muerte, la agonía, la vida en el más allá -continúa Krynicki- son así mismo los temas contemplados por Milosz en sus volúmenes de poesía titulados Eso y El Más Allá”: El alma se desprende del cuerpo y vuela, se acuerda de lo alto de lo bajo ¿Hemos perdido nosotros verdaderamente la fe en el más allá? ¿Han desaparecido, se han volatilizado el cielo y el infierno? Szymborska no osa jamás hablar en público de la poesía de Milosz ni escribir algunas líneas sobre el tema, aunque corre en Cracovia el rumor de que, aparentemente, habría dicho algo al autor acerca de su Tratado Teológico. No obstante es imposible saber algo más. Ella lo evoca una sola vez, en su crónica Mi Timidez, citada al comienzo de este artículo:”Hablar de la poesía de Milosz en mi rúbrica Las Lecturas no obligatorias?Toda persona habituada de un tiempo a otro a pensar sabe que esta poesía es indispensable, en todo caso debería ser una lectura obligatoria para todo el mundo. Así que no hablaré en esta crónica. Una idea mucho menos buena me surge: voy a hablar de mí, o más exactamente de la timidez que experimento delante de esta poesía y delante de su autor”. Szymborska no tuvo tampoco el coraje de hablar a Milosz cuando en julio de 1957 lo encontró, por azar, en un café de París. “Pasaba entre las mesas, iba, sin duda, a una cita. Era la ocasión de acercarme para decirle que sus textos, prohibidos en Polonia después de su exilio francés, eran leídos de todos modos, recopiados del ejemplar único de cada libro pasado de contrabando. Las personas que lo deseaban verdaderamente terminaban tarde o temprano por procurarse sus versos. ¿Tal vez le hubiera gustado saberlo?” Y en cuanto a ella, era ya autora de dos folletos. Tampoco alcanzó a abordarlo en junio de 1981 cuando, tras obtener el Premio Nobel de literatura, vino a Polonia y participó en Cracovia en una reunión con los escritores de la Asociación de Literatos, sus colegas: “una multitud lo esperábamos en la calle Krupnicza, apareció casi invisible en medio de los fotógrafos, de sus flashes y sus micrófonos. Cuando finalmente se les escapó, agotado, fue el turno de los cazadores de autógrafos que lo rodearon. Yo no tuve el valor de molestarlo aún más en tal barullo, de presentarme y pedirle aunque fuera una firma…” En otra parte, ella agrega que sintió compasión por él, que le parecía tanto a un hombre víctima de un enjambre de abejorros. Se encontraron verdaderamente cuando Milosz vino a Polonia por segunda vez, en noviembre de 1989, galardonado con un doctorado honoris causa de la Universidad Jagellónica. Entonces pasó diez días en Cracovia y ofreció un ciclo de conferencias sobre la poesía polaca contemporánea (Con la poesía polaca hacia el mundo), sostuvo encuentros literarios en los cafés Jama Michalikowa y Piwnica pod Baranami y, para terminar, ofreció un banquete a los escritores de Cracovia, y por supuesto a Szymborska, en el Wierzynek Krakowski. Ciertos indicios señalan que Czeslaw Milosz y Wislawa Szymborska se tuteaban desde entonces. Milosz acuerda entonces una entrevista a la revista Naglos en la que declara: “Actualmente, la literatura polaca es una literatura mundial” y después, de un golpe, cita los nombres de Miron Bialoszewski, Zbigniew Herbert, Tadeusz Rózewicz, Wislawa Szymborska, Alexander Wat y Adam Zagajewski. Desde entonces, la poetisa agrega el nombre de Milosz a la lista de personas a las que enviaba sus collages literarios con imágenes recortadas. Así, él recibió una cajita en la que los votos de fin de año le eran dirigidos por “mesoneros del café, italianos, Tom Jones, una hortensia, un dragón de cobre, polacas adolescentes, Arcadius Dybala, un maniaco, Kruschev, un húsar, Jacek Ziobro, guardametas, Dolores, George Sand, un pterodáctilo, el prelado, Marco Mendoza, Fréderique, Jacek y Tomek y Bozenka, el rey Miesco I, el doctor Rochus Mummert, Zeromski. Y Szymborska”. Este tipo de montajes es de los más frecuentes, incluso clásico, aunque se decline de múltiples maneras. Pero Szymborska escogió para Milosz un collage especial: un león en dos patas cuyo cuerpo privado de cabeza reposaba sobre una gran inscripción: “la parte del león”. El gusto inmoderado de Szymborska por los collages no dejó a Milosz indiferente. En 1966, mientras redactábamos la biografía de la poetisa, nos dijo que él le enviaba después de algunos años insectos de plástico y fotografías de animales y que no sabía si ella los había utilizado para sus collages. En 1993, convertido en ciudadano honorífico de Cracovia, Milosz pasa los meses de verano en esta ciudad. Fue entonces convidado por Szymborska a sus “pequeñas cenas o pequeños sorteos”. A veces, aportaba los premios (una cómoda en miniatura con gavetas) y en otras ganó: un hisopo. El redactor en jefe de la revista Znak, Jerzy Illg, que llama a Milosz “forjador de lo esencial”, afirma que él sólo busca conversaciones serias porque le aburren las bromas y la ligereza de tono: “El hecho de que nosotros invertimos nuestra energía en organizar un momento festivo desprovisto de seriedad le sorprende en la medida que la ociosidad le parece una cosa inconcebible. Es un hombre muy serio al que le gusta tratar temas esenciales. Componer limericks y otras formas burlescas versificadas, un juego al que suele prestarse la sociedad de Cracovia, no lo ha seducido. Se trató de interesarlo. La prueba de tal tentativa se conserva en un librito, Liber Limericorum, que reúne los limericks compuestos y dedicados a ella por los amigos de Teresa Walas. El nombre de Czeslaw Milosz figura en una página en blanco, con la nota: “El limerick de Milosz no existe en la naturaleza sino bajo una forma oral (¿el Autor lo recita personalmente ante su Alteza Real, quizás se trataba de una improvisación?) Nosotros no queremos perturbar este estado de cosas e impulsar esta obra maestra oral, única en su género desde los tiempos homéricos, en las trampas ontológicas vehiculadas por la literatura”. “Con frecuencia, los versos humorísticos firmados por Szymborska son para mí motivo de envidia- explica Milosz amablemente- Simplemente, yo no puedo escribir así, lo que no quiere decir que carezca de humor” y explica que Szymborska ha siempre velado por el carácter lúdico de su relación. Cuando Milosz la visita, ella prepara siempre pulpetes de ternera al sarraceno. No tiene habitualmente ambiciones culinarias, pero dada las circunstancias, como suele decir, “hace el esfuerzo”. Esto comenzó como un toque polaco a la comida, en la época cuando Milosz arrivaba de California, y la costumbre continuó a partir de su instalación definitiva en Polonia. (En la lista de los cien habitantes más célebres de Cracovia, establecida recientemente, él ocupa el quinto lugar, Szymborska el segundo, justo detrás de Juan Pablo II). Szymborska no ha olvidado que Milosz fue una de las primeras personas (la segunda, exactamente) que en octubre de 1996 le telefoneó para felicitarla. La laureada acababa de bajar a comer en el restaurante de la residencia Astoria para escritores, en Zakopane, y se servía un plato de sopa al eneldo, cuando le pasaron la llamada. “El reía –recuerda- diciendo que la compadecía por la carga que tendría que soportar en lo sucesivo”. Illg nos confía: “Milosz se siente como una suerte de responsable, de gestor de la poesía polaca, y ha trabajado mucho para hacerla conocer en los Estados Unidos: “He tenido siempre la impresión de participar en la gestión de la poesía polaca”, y como buen gestor, estaba alegre de la atribución del premio a Szymborska” y envió al semanario Tygordnik Powszechny un texto muy bello titulado ¿No os lo había dicho? : “El premio es un tanto un triunfo personal para Szymborska como la confirmación del puesto que tiene la “escuela polaca”. Es una poesía de toque ligero, con sonrisa escéptica, propensa al juego, continúa Milosz en dicho texto. La poesía de Wislawa explora situaciones personales pero con la distancia suficiente para evitar la confidencia. En su célebre poema sobre el gato que se halla en un apartamento bruscamente vacío, en lugar del lamento provocado por la pérdida de una persona íntima, leemos: “Morir, eso no se le hace a un gato”. Esta discreción afectiva se vuelve a encontrar en otro de sus poemas: Tomo nota del hecho de que (y es como si vivieses todavía) la ribera de cierto lago ha conservado su belleza pasada No quiero que el paisaje Por ese paisaje de la bahía Inundado de sol (…) Es una cosa que no acepto: de regresar allá. El privilegio de mi presencia; lo abandono. La palabra “discreción” no es el mejor calificativo para la poesía de Milosz. Mis oidos oyen menos y menos, mis ojos se debilitan, pero no están aún ahitos Veo las piernas en minifaldas, pantalones o tejidos vaporosos. Observo discretamente cada una de las jóvenes, sus nalgas y sus muslos, arrullado por fantasías pornos (…) No es culpa mía si somos hechos así, la mitad inclinados a la contemplación desinteresada y la mitad presa del apetito. Si después de mi muerte, arribo al Cielo, será allá arriba igual que aquí, salvo que me libere de mis sentidos obtusos y mis pesados huesos. Se imponía comparar el itinerario de ambos poetas. A la pregunta de Teresa Walas sobre el ascenso hacia los premios Nobel, la poetisa respondió: “El de Milosz fue increíblemente penoso y el mío totalmente sorpresivo”. En un encuentro en el castillo real de Varsovia, se les preguntó en qué se diferenciaron sus situaciones personales al momento de recibir el premio Nobel. Szymborska respondió que Milosz había sorteado el primer ataque de los periodistas con sus entrevistas en el exterior, de modo que ya estaba entrenado cuando llegó a Polonia, mientras que ella había tenido que afrontar de golpe a la prensa polaca y numerosos homenajes y añade que le fatigaba su presencia, requerida en diversas manifestaciones. Milosz estuvo de acuerdo y destacó que la atribución del premio retiraba al laureado la posibilidad de no hacer sino lo que éste quisiera y de considerarse una persona privada. Cuando llegó el momento de las lecturas poéticas, Szymborska propuso que se respetase, en cuanto al número de textos, la diferencia entre la obra inmensa de Milosz y la suya, cuantitativamente modesta. Milosz rehusó firmemente leer un poema más que ella. “Szymborska subraya durante toda su actuación, que entre Milosz y ella se trata de una relación afectiva asimétrica: El es el gran profeta nacional, ella una humilde poetisa. Una desproporción nivelada, en una cierta medida artificialmente, por la atribución del premio Nobel”, afirma Teresa Walas. Los secretarios personales de ambos premios Nobel, Agnieszka Kosinska y Michal Rusinek, permanecen siempre en contacto. Ha sucedido más de una vez que alguien tuviera la idea de rodar un film sobre los dos laureados polacos del premio y telefoneaba a Michal Rusinek afirmando contar con el acuerdo de Milosz y a Agnieszka Kosinska jurando de tener el de Szymborska. “Un día yo acompañaba a Wislawa Szymborska a casa de Milosz - recuerda Michael Rusinek- cuando éste abrió un cuadernito para leer los versos que acababa de escribir y preguntó a Wislawa qué pensaba de ellos. Milosz experimenta siempre la necesidad de un comentario sobre lo que él escribe”. Teresa Walas relata una historia similar: “¡Jamás se le ocurriría a Szymborska leer uno de sus poemas!, así, de sopetón, mientras que Milosz lo hace regularmente. Recuerdo que en una breve pausa para cambiar los platos durante una cena en casa del crítico literario Jan Blonski, Milosz sacó un bloc de forro negro plastificado, leyó un poema y esperó los comentarios de los invitados. No me imagino a Wislawa haciendo algo así. No habla de su escritura y se siente incómoda, me parece, cuando se mencionan sus versos delante de ella”. “Cuando se trata de que aparezcamos en público, declara Milosz, mi secretaria se dirige al secretario de Szymborska para saber lo que ella desea. Pero, en general, sabemos perfectamente lo que hará cada uno de nosotros”. Milosz y Szymborska intervienen a veces en público o dejan oir sus voces en un debate. Sus dos firmas aparecen a veces al final de una petición dirigida al gobierno polaco para demandar la supresión de la TVA sobre los libros o como una carta enviada a la elite de los intelectuales rusos para estimularlos a oponerse a la guerra de Chechenia, o un llamado a los antiguos simpatizantes del partido Unión por la Libertad incitándoles a votar en las elecciones parlamentarias, o en una protesta contra la construcción de un supermercado en las cercanías del palacio de Wilanów. “Milosz admite como una evidencia que él es un gran poeta y quiere que se le trate como a tal, lo que no es el caso de Szymborska, muy al contrario. Su curiosidad del mundo es, en cuanto a ella, idéntica y sus espíritus se parecen. Los dos poetas no difieren tanto como pudiera parecer en una primera impresión. ¿No son ambos nacidos bajo el signo de Cáncer? - nos pregunta Ryszard Krynicki, nacido también bajo el mismo signo- Es extraño señalar que las amistades poéticas, pero también las antipatías, obedecen a menudo a las leyes del Zodiaco. Milosz tiene en gran estima la obra de Miron Bialozewski. Ha escrito un texto magnífico en ocasión de la desaparición del poeta. Szymborska, también, habla en muchas circunstancias de este escritor. Bialoszewski era Cáncer”. Sin querer insistir demasiado en esta cuestión de los temas astrales, hay sin embargo que mencionar que Szymborska lo ha evocado, también, sobre todo cuando aceptó presidir Cracovia 2000 con Czeslaw Milosz, y en la recepción inaugural hizo notar ¡que no había nunca escuchado hablar de un Cáncer que hubiese sido un buen organizador de eventos! A ellos les gusta hablar con una sola voz. “Milosz es una de las raras personas - nos confía Michal Rusinek- que sabe ejercer influencia sobre Szymborska. Sus palabras tienen para ella valor de argumento, si no decisivo, al menos importante. Durante las últimas elecciones presidenciales, Milosz, como un gran número de intelectuales cracovianos, había apoyado la candidatura de Andrzej Olechowski y Szymborska votó entonces por la Unión por la Libertad”. Szymborska confiesa no poder rehusar nada a Milosz. Quería declinar la invitación que le habían formulado a participar en un coloquio sobre la identidad en Lituania, pero cuando Milosz la llamó y le dijo: “Wislawa, quiero mostrarte mi ciudad de Wilno”, aceptó inmediatamente y no tomó parte en las discusiones pero leyó a los participantes del encuentro su poema titulado El Odio. “Los lituanos deseaban organizar una reunión con tres laureados del Premio Nobel de literatura: Günter Grass, Wislawa Szymborska y yo - dice Milosz- y me tocó la tarea de convencer a Wislawa de que participase. En Wilno nos alojamos en el mismo hotel y, verdaderamente, yo le enseñé la casa donde había vivido durante la Segunda Guerra Mundial”. “En Wilno, cuenta Rusinek, Szymborska y Milosz salían a pasearse en tête a tête y ninguno de nosotros tuvo la temeridad de acompañarlos. Ni siquiera Adam Bujak, que fotografiaba el encuentro lituano. Milosz habló mucho de lugares mágicos de su infancia y cuando en un momento dado alguien evocó los barcos que conectaban a Wilno con Werki dos veces por día, recordó sus nombres: el Kurier y el Smigly. Szymborska posee una memoria muy diferente, no lineal, sin fechas ni horas, centrada en la anécdota. En una cena donde Szymborska a la que tuvimos el honor de ser invitados y a la que asistían igualmente Czeslaw Milosz y su esposa Carol, ahora difunta, se llegó a hablar del poema de la poetisa recientemente publicado en Zeszyty Literackie, titulado Una jovencita tira el mantel. Milosz declaró que ese poema abordaba diversas cuestiones esenciales, que habían estado en la mira del filósofo Lev Chestov o el escritor Fedor Dostoievski en Los Hermanos Karamazov, y Szymborska intentó desmentirlo, obstinándose en decir que no era más que la historia de una niña que descubre la ley de la gravedad y recurrió al testimonio de su secretaria para que confirmase que se trataba de su nieta, que había realmente tirado el mantel. Milosz desechó todo con un gesto de la mano (lo vimos con nuestros ojos) y, de seguidas, desarrolló su argumentación en un texto intitulado Szymborska y el Gran Inquisidor, publicado por Dekada Literacka en ocasión de un cumpleaños de Szymborska, un ensayo que, traducido al inglés, devino el tema del coloquio polaco-estadounidense organizado en Cracovia por la Universidad de Houston con participación de poetas y estudiantes estadounidenses. En ese artículo, Milosz explica que más allá de la experiencia de la pequeña heroína del poema, se plantean asuntos esenciales, relacionados con las obligaciones y los límites de la voluntad divina, que presiden nuestra existencia. “Ese poema inocente disimula un abismo en el que es posible aventurarse casi sin fin, un laberinto sombrío, que visitamos en el curso de nuestras vidas, lo queramos o no”. Se trata de amigos o sólo de conocidos, se preguntaba la poetisa Ewa Lipska. “Amistad” no es la palabra idónea para calificar su relación, pero “conocimiento” es demasiado distante. Después que recibió el Premio Nobel, Milosz es como un monumento que estaría dotado de la palabra, al cual se llega en peregrinación. Tal no es el caso de Szmborska, que se alarma cuando le preguntamos si la unen a Milosz lazos de amistad. “No puedo decirlo - responde con precipitación, como si corriese el peligro de sospechar que se vanagloria de sus relaciones con un hombre célebre o de usurpar una calidad de relación que ella no tiene- pero, de una manera general, nos queremos. Quiero decir que espero que él me quiera”. En 1998, durante una entrevista de Milosz con Irena Grudzinska-Gross, cuando se le preguntó si los poetas podían apreciarse entre ellos, respondió que las amistades poéticas eran necesarias sobre todo a los jóvenes poetas y que él se había beneficiado en Wilno. “Cuando el poeta envejece, esas relaciones amistosas le son menos necesarias, los caminos de unos y otros se separan. Los jóvenes se parecen mucho y avanzan en tropel y, después, se separan y cada quien posee su propio reino”. De los años de relaciones continuadas con Czeslaw Milosz, Szymborska dice que “(en el curso de ellos) muchas cosas han cambiado, pero desde un cierto punto de vista nada ha cambiado. He tenido más de una ocasión de hablarle, de encontrarlo en nuestro círculo de amigos, de aparecer públicamente en su compañía en diversas manifestaciones o de sufrir con él celebraciones oficiales. Y, no obstante, no he sabido jamás cómo acercarme a un poeta tan grande. Frente a él, mi timidez es aún mayor que en el pasado, si bien que hoy día nos ocurre bromear o brindar con vodka bien helada. Una vez, en un restaurante, llegamos incluso a ordenar juntos unas costillas de puerco con choucroute…” Últimamente, ellos discuten con mayor frecuencia por teléfono. “Qué lástima, suspira uno de nuestros interlocutores, que Polonia sea ahora un país libre, y, al ver nuestra sorpresa, continúa: “¡Imagínense qué maravilloso sería si la policía grabase todas sus conversaciones y pudiéramos leerlas dentro de medio siglo!” Szymborska afirma, como Milosz, que entre ellos no hablan de poesía, pero a veces se sabe de lo que se han dicho y que, un día, Milosz confió a Szymborska que él comenzaba por escribir el primer verso y que, de seguidas, “todo se encadenaba”, y ella le respondió que, por su parte, el último verso le venía a veces al espíritu y que “ella remontaba entonces con pena hasta el primero”. “En cuanto a nuestra relación personal - responde Milosz- ella es amistosa pero nuestras conversaciones no conciernen prácticamente jamás nuestras opiniones. En eso somos discretos y, aunque a veces hablamos del valor de ciertas obras poéticas, eso es algo que sigue siendo raro”. Cuando, en un auto alquilado viajaban a Varsovia a los funerales del poeta Zbigniew Herbert, Szymborska y Milosz se detuvieron a tomar un café en un bosque vecino a Kielce. Szymborska quedó fascinada con los pinos, de siluetas tan atormentadas, que se afincaban en el suelo con terquedad, y Milosz declaró que “un roble es un árbol, y también lo es una haya, pero un pino no es un árbol”. “El viaje de ida y vuelta duró unas diez horas –nos relata Rusinek- y Szymborska se esforzó por hablar de cosas divertidas y ligeras mientras Milosz, por el contrario, suscitó temas como “las relaciones entre Polonia y Bielorrusia” o “Bielorrusia es la Irlanda polaca”, y narra también haber entrado en una librería y haber comprado muchos libros y que, después de haberlos leído, se convenció de algo evidente: “Wislawa para nosotros no tiene remedio”. Alberto Valero Traducido en Varsovia el 29/07/10