Sharon Olds. EEUU 1942. Wallace Stevens Award, 2016. Premio Pulitzer de Poesía, 2013. Premio T. S. Eliot, 2012. Poeta Laureada de Los Estados Unidos (1998–2000) Premio Círculo Nacional de Críticos del Libro, 1984 y Premio del Centro de Poesía de San Francisco en 1980. Enseña escritura creativa en la Universidad de Nueva York.
ODA A MIS AMIGOS VIVOS Enero 2010 ¡Cuánto tiempo ha transcurrido entre cada muerte! Parece que ninguno de nuestros amigos más cercanos se ha ido, después de lo que parecen meses. Para mí ha pasado tanto tiempo que cuando pienso en alguien que se muere, pienso en mi madre y en mi padre, mis barcas salen de la nada, de eso temporalmente abundante de lo que estaban hechas. Los he llevado conmigo, y no como un gemelo incompleto, no como un doble incompleto en cabestrillo delante y contra mí, sino en mi cuerpo, en mis neuronas. Pero a vosotros, amigos míos, elegidos por mí y por otros, os veo como cosas integradas en la tierra, como elementos, como miembros de la tabla periódica. Lo sé, somos seres mortales, la puerta abierta está ahí. Pero durante semanas y semanas he olvidado que voy a perderos a todos y cada uno de vosotros, hasta que los que queden me pierdan a mí. De niña no podría haberos perdido, ¡no sabía que os encontraría! Qué suerte que eso ocurriera. Antes de que lo haga, permitidme decir esto: fuisteis exactamente lo que estaba buscando, sin atreverme siquiera a imaginarlo. Pecho que aprieta a otro pecho, ¡seréis tú! ¡Lavadas raíces del cálamo! ¡Tímida agachadiza! ¡Oculto nido de huevos dobles! ¡Seréis vosotros! Manos que yo he agarrado, rostro que yo he besado, ser mortal que alguna vez he tocado, seréis vosotros. ODA A LA LEALTAD ROTA Quiero volver a ese día en el que se rompió dentro de mí la lealtad a la familia, cuando me liberaron o me liberé de la condición humana y salí flotando, como un astronauta sin ataduras. Quiero volver a ese momento en el que cortaron algún cable de mi mente y la placenta de la familia nuclear o numerosa dejó de alimentarme, y me aborté o me abortaron de esa casa. Una vez arrancada, una vez rechazada y repudiada, parecía que no quedaba apenas nada sobre lo que escribir, y sentí como si mi desenfreno hubiera sucumbido, me llevaba el viento, como una soltera teniendo un orgasmo sola, como una bruja, pero creía que estaba pensando y vibrando por todo el mundo, en todos los lugares y épocas. Estaba loca. ¿Estaba loca? Creía que alguien expulsada más allá del silencio de la desconfianza habitual podría hablar por los demás. No quiero volver a ese momento en el que me rompí y hui, la yema y la clara rotas brillaban en la cuenca dentada del cascarón. Me gusta decir que podría haber sido yo quien rompió el compromiso, como si no fuera tan obvio que estaba roto, físicamente, dentro de mí. Quiero volver al momento en el que encontré los papeles, y la tinta, como si el problema del mundo quisiera cantar, y que lo canten, como si uno pudiera creerse leal, ser leal a ese canto. ODA AL VIENTO Observé el agua que se agitaba como un pato, como si las ondas surgieran desde dentro. Observé las nubes, que se movían con rapidez por su propia voluntad. Me senté aquí, al lado del lago, y observé la feroz piel de gallina y su corte irregular, como si temblara. No te conocía, miraba a través de ti. Y entonces, un día de verano, el Ganso Salvaje tenía siete estados de ánimo a la vez, y fui hacia él, y me metí hasta las pestañas, y vi una fila de arrugas que se acercaban a mí, después otra fila que las sombreaba, deprisa, después un velo de ágiles manchas, como el espíritu de un sombrero con velo, te vi, eras tú, y había muchos como tú, me hundí bajo el agua y miré hacia arriba, y vi tus golpes marcando la superficie. ¿Podríamos seguirles el rastro a esas sombras y grabados por el efecto Coriolis provocado por la rotación de la tierra? ¿Quién es la madre del viento, quién es su padre? ¡Oh, antepasado, oh hijo del calor y del frío, primer y salvaje chupatintas! ODA A MI BLANCURA (EN HONOR DE EVIE SHOCLEY) Eras invisible para mí. Te di por sentada. Eras mi propia arma secreta. Todo lo que tengo me has ayudado a conseguirlo. Eras mi ignorancia. Por ti no fui inocente. No lo vi: eras mi luz cegadora; había una zona en blanco en el centro de mis sueños que ocupaba la mayor parte de la pantalla que aparecía mientras dormía. Pensaba que era la violencia de mi madre, pero también eras tú. Eras la grasa invisible que me alimentaba en la jungla. Eras mi apretón de manos masónico. Eras mi cautela. Eras mi esclava. Eras mi colaboradora. Eras mi capa mágica, mi mentirosa. ¿Eras mía? Yo era tuya, un ojo sin iris, mi ceguera, la inspiración de mi acto inútil, mi silencio. La negrura de Evie es una bailarina, tú eres otra, las dos os movéis juntas. ODA A LA AMARILIS Cuando las flores se marchitaban, corté el tallo y lo puse en un vaso, antes de mi viaje, para que cuando volviera las flores marchitas me esperasen húmedas. Pensé en la parte femenina de mi genealogía: las madres, a quienes les hubiera gustado que las esperase en el piso de arriba una hija desnuda a la que castigar, y me di cuenta de que había sido el conducto de mi madre para la satisfacción de ser, a su debido tiempo, la golpeadora. Creo que no sabía lo que estaba haciendo. Y está bien, ¿no?, que haya algo esperando, conocer lo que te emocionará: ¿cuán secas estarán las flores, qué vuelta habrá dado cada pistilo en su tallo de coral cubierto con semillas de ocre? Mi madre y yo éramos una pareja, igual que su madre y ella, y la madre de su madre… La mía solía cantar una canción –no mientras me pegaba—: campanas blancas de coral en un tallo de plata. Era un placer, para mí, decapitar cabeza por cabeza las amarilis, degollarlas. El último verso era: Ah, ¿no te encantaría poderles escuchar sonar? Eso sólo ocurrirá cuando las hadas canten –o en nuestro caso, cuando las madres muertas lloren. Mi madre lloraría si leyera esto. (Traducción al español de Elvira Sastre y Juan José Vélez Otero)