Rosanna Plessmann, Caracas 1976. Poeta, Traductora y Docente. Estudió Letras en la Universidad Central de Venezuela. Tiene dos poemarios inéditos. Traductora de Stanley Kunitz Louise Glück Ted Hughes
La ballena de Wellfleet Hace algunos veranos, en Cape Cod, una ballena encalló en la playa, una ballena de aleta de diecinueve metros. Cuando retrocedió la marea, me acerqué a verlo. Estaba tendido, en su desolación monstruosa, emitiendo sonidos aterradores, gimiendo roncamente, gruñendo. Coloqué mis manos en sus costados y pude sentir la vida que había en su interior. Y estando allí, de pie junto a él, vi que su ojo se abría súbitamente. Un ojo grande, rojo y frío, que me miraba directamente. Hubo entre los dos un escalofrío de reconocimiento. Luego el ojo se cerró para siempre. He estado pensando en ballenas desde entonces. Entrada del diario 1. También tienes tu idioma, inquietante popurrí de chasquidos ululatos y trinos, llamados de ubicación y de amor, silbidos y gruñidos. Ocasionalmente, es el ruido de muebles destrozándose, o el crujir de una puerta enmohecida, sonidos que se derriten, todos, en una líquida canción de infinitas variaciones, como para compensar la vasta soledad de los mares. Una voz inmaterial irrumpe a veces, como de lejanos arrecifes, y escucharla es casi intolerable con su ancho lamento enlutado, su tristeza sin nombre, que a la vez excede y no alcanza lo humano. Su rumor se arrastra en el oído como un disco deteniéndose. 2. No hubo viento. Ni olas. Ni nubes. Sólo el murmullo de la marea, retirándose, acariciando la orilla, una perezosa corriente de gaviotas en lo alto, y puntos mínimos de luz burbujeando en el canal. Fue en el confín del verano. Te deslizaste desde la boca del puerto hasta donde pudimos verte, destellando la noticia de tu advenimiento, cortando la superficie diamantina con el creciente de tu aleta dorsal. Aplaudimos tal esplendor cuando hizo erupción la negra barrica de tu cabeza, embistiendo las aguas, y floreciste para nosotros en la alta fuente de tu respiración. 3. Toda la tarde nadaste, incansable, contornando la bahía, con tan plácido movimiento, los leves giros de tu aleta caudal, y la tenue ondulación de las dorsales, hacían pensar en una cosa vertida, y no guiada; en el feliz matrimonio de la gracia y el vigor Y cuando elevaste tu salto por los aires, batiendo las aletas , sentimos el placer de contemplar la pura encarnación de la energía en la nobleza de la forma. Parecías no querer que te viésemos con empatía, ni amor, ni comprensión, sino con asombro y sobrecogimiento. Esa noche te contemplamos nadando bajo la luna. Tu espalda era de un gris fundido. Adivinábamos tu paso silencioso por la fosforescencia de su estela. Al amanecer te hallamos varado entre las rocas. 4. Un muchacho se acercó y luego un hombre y aún llegaron otros corriendo, y dos niñas de colegio, con trajes amarillos y un ama de casa acicalada con sus rollos, y familias completas en vehículos de playa, con un surtido de perros aullando. La marea se había apartado completamente. Era posible rodearte a pie, mientras tus pesados suspiros te hundían en el bajo, clavado por tu propio peso, colapsado en ti mismo, tus aletas estremeciéndose en temblores, tu espiráculo burbujeando espasmódicamente, rugiendo. En la fosa abierta de tu boca se descubrían las barbas alambradas, un penacho de cerdas como cuernos. Cuando el Encargado de Mamíferos llegó desde Boston para tomar unas muestras de tu sangre ya rezumabas por debajo. Alguien había tallado sus iniciales en tu flanco. Los buscadores de souvenirs habían arrancado tiras de tu piel, membrana delgadas como el papel. Estabas ampollado y herido por el sol. Las gaviotas te habían estado picoteando. El ruido que hiciste fue un balido irregular y ronco. ¿Qué nos atrajo, como un imán, hacia tu muerte? Creaste un vínculo entre nosotros, centinelas de la guardia nocturna, que te rodeamos en círculo, embriagados a la luz de la hoguera. Cuando llegaba el alba compartimos contigo la hora de tu desolación, la pasión tenaz y gigantesca de tu clamor de ultramundo, mientras echabas tu cabeza ciega hacia nosotros y abrías laboriosamente un ojo inyectado de sangre, brillante, en el que nadamos con pavor y reconocimiento. 5. Viajante, jefe del mundo pelágico, trajiste contigo el mito de un país lejano, recordado apenas, en el que reptiles voladores atravesaban el vapor de los fangos y los lagartos del trueno con sus trompetas se regodeaban en los cañaverales. Mientras sobre la tierra se erigían y desplomaban imperios, tu patria, que dio pecho al mar abierto, se meció al ritmo consolador de las mareas. ¿Quiénes, de nuestros ancestros, fueron los primeros en hundirse dentro de aquellos coloreados crepúsculos para escudriñar el fondo de la oscuridad? Te extendías por el camino del Atlántico del Norte desde Puerto España hasta la Bahía de Baffin bordeando los témpanos de hielo atravesando el grosor estival, golpeando el agua con tu cola[1], elevándote en el aire,[2] voceando, [3] pastando en las dehesas del mar un plancton anaranjado, rico en krilles[4] y crujiente de vida. Descendiste por la plataforma continental guiado por el sol y las estrellas y el sabor de los sedimentos aluviales en tu camino hacia el sur hacia las temperadas lagunas, el trópico del deseo, donde los amantes yacen vientre a vientre en la sensual refriega de su deporte; y te diste la vuelta, como un dios exiliado, apartado del ancho elemento primigenio, cedido a la misericordia del tiempo. Maestro de las rutas de las ballenas, permite que las alas blancas de las gaviotas extiendan su manto sobre tu cuerpo. Te has convertido en nuestro semejante, desgraciado y mortal. Notas de la traductora: [1] lob-tailing: sacar y golpear la cola contra el agua [2] breaching: dar saltos en el aire, con el cuerpo completamente fuera del agua. [3] sounding: la ballena exhibe su cola o aleta caudal y emite un sonido al golpear el agua que forma parte de su sistema de comunicaciones no vocales. [4] krill: Banco de crustáceos planctónicos semejantes al camarón, que constituye el alimento principal de las ballenas. Traducción: Rossana Plessmann