La maja desnuda XII Aniversario. Caracas, 2000.

GUAYABO

 

Cuando niña

de visita a Urama

recogía, abría y revisaba guayabas

para todos,

hasta que un viejo me dijo

que así no se comía la guayaba,

que había que cerrar los ojos

y que si tenía o no tenía gusano era cosa de dios

o de sorpresa en el fruto que saliera con mejor sabor.

Yo seguía las instrucciones

y me comía cada tarde    con las tripas revueltas

todos los gusanos de Urama.

Posiblemente ese haya sido

el primer contacto de mi lengua

con el sabor de la muerte

en los mejores frutos.

Con el tiempo aprendí a hacer mermelada,

a desaparecer el tacto baboso y frío

en el hervor de la hornilla,

aunque siempre sintiéndome cobarde.

Hoy quisiera otorgarte aquel sabor.

Pedirte incluso que no me  permitas olvidar

la paciencia o el error

         de aquella niña de diez años

sentada a la sombra cada tarde

y aprendiendo, sin saber,

     a tragar

tu pedazo de muerte

     y  tu pedazo de vida.

  Gabriela Kizer

 

El cielo tiene un lado sordo

Mi esposo me ha dicho que no le siga hablando

que si yo quiero él va y le pregunta qué le pasa

Mi esposo prefiere que yo mire para abajo

Aquí los vínculos son más fecundos

Aquí si tengo que orar me perfumo

(Los perfumes se ofrecen como oraciones)

Aquí tengo un libro lleno de lamentaciones, gemidos y ayes

(Yo no he querido comerme el libro que me ofrece el ángel)

Aliméntate, me pide mi esposo

Aliméntate

Aliméntate

El cielo tiene un lado sordo

Aquí si tengo que orar me perfumo

Patricia Guzmán

                                                                                

PARECE OTOÑO

 Parece otoño.

Tu nombre se oye

en el crujir de las páginas amarillas.

Me recuerdan 

que no te he visto

que todo termina, 

que las estaciones se suceden

y que a veces 

es sabio esperar 

el poema redondo,

la carta que no llega,

el verte no sé cuando.

No fui hecha para las esperas

pero aquí estoy,

con los ojos bien abiertos,

por si anochece. 

Adriana Gibbs

                                                                              

Tuve que preguntar por el olvido

son santos los inventos de recuerdos

sus resonancias.

Tuve que narrarme y describirme

lo que no me contaron

mis andanzas a cluecas

las cuentas de las líneas

y una solitaria trampa de jugar y ganarle al invisible.

Aún  así no creo

aunque las cuentas de las líneas, los puntos,

la no pregunta de Perceval, la nunca pregunta.

Callar es hablarte 

mas nadie escucha el eco de la mente

ni se adivina.

Astrid Lander

                                                                                                              

JET LAG

La cocina era una celebración de la vida

Seis langostas

El mejor de los vinos

“Esto es, Quele, por tu viaje”

Y brindamos esa noche

Cuando mi padre y su amigo Toton

Decidieron botar la cocina por la ventana

Y sorprendernos

“Toton era así”, evoca mi padre

Por el vino, el vodka

O las langostas

Esa noche quedó en  nosotros

La imagen de mi hermano y tío Charles

Disertando sobre el mundo

En el jardín de San Pablo

Que tanto conmovió a mi madre

(los detalles) 

En todo eso pensaba en el avión sobre el Atlántico

Y todavía pienso

Los viajes son un poco eso

Cuando uno va o viene

Y los encuentra intactos

Ahí donde los sabíamos

Preservados por la memoria

                                                                     Que todo lo guarda y protege                                                                   

Blanca Elena Pantin

 

Mi madre prefiere

la enramada del silencio

levantarse temprano

a buscar su agua clara

iniciar cada mañana

el lento brocado de los días

Lanzar flores

a los lagos profundos del alma

Sembrar tortolitas

Con el cristofué bordar

los aromas de la tarde

Erguirse

bajo el cristal de los años

Ofrecer su ritual al espejo

sacerdotisa del culto a mi padre:

arcilla perfecta

a su exacta medida

    Maritza Jiménez

 

Arrodillada

creyéndome álamo desnudo

y con el peso del cielo.

Un charco de junio

busca mi rostro,

se burla igual que los muertos

de mis manos.

Una soledad larga y cercana

como una luz de mayo

es mi adiós.

Estoy sola con mis voces,

con los gestos que viven de lo añorado,

en este barro que me hace feliz

Carmen Verde Arocha

                                                                                   

HOMENAJE

Presa de la luz

mi madre bate sus alas ciegas

en la noche

Pequeñas marcas en la piel

agujas, lamentaciones

Se trata de la infancia

tan hondamente perdida

el color del cabello

el óvalo del rostro

Mi madre descansa sobre la pared blanqueada

mientras

en la sed de los espejos

el sueño se fatiga

Yolanda Pantin

                                                               

BOGARES


En esta noche de luna huida

tú la inventas con tu cuerpo

desnudo

erizado en el frío que no sientes.

Tu pálpito dejó ya de ser de esta tierra.

Has ganado la levedad de lo nocturno,

su silencio.

Lenguas mudas lamen sin prisa las arenas,

luces dubitativas saben cortar el perfil de un ave,

rumores de hojas se deslizan como cuchillos afilados sobre las piedras.

La luz se vuelve polvo para amarte.

Cierra los ojos a la vida insatisfecha de los bosques,

seca tu sudor,

cede a las palpitaciones, no de las ninfas engañosas,

a las del torrente que nace en tus sienes.

Entrégate a este bogar

que habría de llevarte

corrientes abajo

hacia el lecho definitivo

el temido abismo

mostrará tu imagen sumergida

ajena a las flores y al tiempo.

Desnudo ya, desembarazado de ti

Ya.

  Moraima Guanipa

                                                                                

XIII

Desoculto   la memoria de las trampas ordinarias,

y me entrega una desordenada cabellera de nostalgias.

Afuera llueve sobre mi ciudad,

pero mi cuerpo se prolonga entre Gobelins y Gay Lussac.

Podría subirme a cualquier autobús, como siempre, con el estómago asustado.

Podría contarte cuantas veces se mojaron mis pies en las calles resbaladizas

refugiándome en los rescoldos de las tiendas.

Esa tarde, guardé mi mejor imagen de la lluvia en parís:

una mujer tomaba notas de Dios sabe qué,

en la parada del Montmartrebus,

con un cuerpo apocado y un luto de esperas.

Será porque me estremecí para siempre,

al verme en ambos sentidos de la calle sentada.

Ahora que escucho el aguacero, su crepitar no se parece a mi recuerdo,

casi un murmullo constante, como el que se desprende de las pinturas de la catedral de Rouen,

cuya tristeza a cualquier hora del día me resulta endémica.

Yo callo mis dolencias, las recito a solas como un rosario,

allí inseparables, acomodando sus ballestas cada tarde.

Pero tú el más cruel, tú estás en el interior de todos los murmullos,

donde nunca deja de llover.

  

                                                                                                                                      Albanela Pérez-Suarez