Julia Spicher Kasdorf. Pennsylvania, 1962. BA Universidad de Nueva York, 1985. Doctor en Filosofía, Universidad de Nueva York, 1997. Libros: Sleeping Preacher, 1992. Premio Agnes Lynch Starrett y Premio Great Lakes College Association. Eve’s Striptease, 1998 (entre los mejores 20 libros de poesía, Library Journal). y Poetry in America, 2011. Vive y enseña en Pennsylvania.
Lo que aprendí de mi madre Aprendí de mi madre cómo amar a los vivos, tener suficientes jarrones a la mano por si hay que salir corriendo al hospital con peonías recién cortadas, hormigas negras atascadas aún en los capullos. Aprendí a guardar frascos suficientemente grandes para la ensalada de frutas de toda una casa en luto, cortar peras y duraznos de latas en cubos, rajar fácilmente la piel granate de las uvas y sacar las semillas sexuales con la punta del cuchillo. Aprendí a asistir a funerales incluso cuando no conocía al difunto, apretar las manos húmedas de los vivos, mirar en sus ojos y ofrecer compasión, como si entendiese la pérdida en aquel entonces. Aprendí que lo que sea que digamos no significa nada, lo que cualquiera recordaría es que vinimos. Aprendí a creer que tenía el poder de sosegar dolores terribles palpablemente como un ángel. Como un doctor, aprendí a crear mi propia utilidad del sufrimiento de otro, y una vez que sabes hacer esto, ya no te puedes negar. En cada casa que entras tienes que ofrecer alivio: una torta de chocolate que horneas tú misma, la bendición de tu voz, tu tocar casto. Traducción de Jorge Vassel ******** What I Learned From My Mother I learned from my mother how to love the living, to have plenty of vases on hand in case you have to rush to the hospital with peonies cut from the lawn, black ants still stuck to the buds. I learned to save jars large enough to hold fruit salad for a whole grieving household, to cube home-canned pears and peaches, to slice through maroon grape skins and flick out the sexual seeds with a knife point. I learned to attend viewings even if I didn’t know the deceased, to press the moist hands of the living, to look in their eyes and offer sympathy, as though I understood loss even then. I learned that whatever we say means nothing, what anyone will remember is that we came. I learned to believe I had the power to ease awful pains materially like an angel. Like a doctor, I learned to create from another’s suffering my own usefulness, and once you know how to do this, you can never refuse. To every house you enter, you must offer healing: a chocolate cake you baked yourself, the blessing of your voice, your chaste touch.