José Antonio Parra (Caracas, 1969). Poeta, narrador, editor y crítico de arte y literatura. Entre sus colaboraciones para revistas y suplementos literarios, impresos y digitales, destacan su columna “La Paciencia” en el Papel Literario del diario El Nacional y sus artículos para Inspirulina, así como para Puntal, revista de la que además fue parte del equipo editorial. También ha colaborado en El Estímulo, fue columnista de la revista Sala de Espera y director/editor de la revista digital La Casa Azulada. Ha publicado los poemarios Grado superlativo (Cincuenta de Cincuenta, 2004) y Fragmentos naranja (Oscar Todtmann Editores, 2015). También publicó, en narrativa, Diarios de rehab (Oscar Todtmann Editores, 2017) y Ultra-marina (Oscar Todtmann Editores, 2020) en prosa poética.
Este tiempo –quizá no tiempo– precisa que ella se asuma en modalidades de entrega súbita, que olvide sus afanes imposibles, sus lagunas negadas y regrese al punto donde dejamos cristales flotando contra lo que todo lo envuelve. Y rompo el tiempo, lo fracturo y me reflexiono, te hablo y me encuentro con la singularidad tú; una enunciación que desconocemos de dónde proviene o a dónde se dirige, enunciación pura, mensaje en vaivén que también se refleja en el espejo de su interlocutor, ese tú al que apelamos cuando nos hacemos más fragmento, más trozo de realidad, más inquietud tras las paredes. Y esas luces naranja-saturado de una noche de los setenta.
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Algunas veces es desenredar la maraña de las circunstancias, algunas veces es entretenerse y no pensar, mirarte oculta tras todos los rostros que te pertenecen –miradas otras, de muchas pieles, hechas de muchos instantes, miradas que se adhieren y que siendo tantas son una–.
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Nuestra verdadera amenaza ya no es la bomba, ni siquiera el apocalipsis; es la cotidianidad.
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Rotos tus silencios, rotas mis palabras, rotos estos días, rotos los halcones y los espejos, rotos mis párpados y mi piel, rotos para siempre y desde siempre todos los silencios, todo el peso de estas horas; rotas y en suspenso.
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Esto es dicho desde la soledad, una soledad singular y avasallante, la soledad del proscrito y del extraño, la soledad del desierto. Estoy en una playa sin veranos, sin sombras, sin arenas, sin olas y con el aura errante de quien ya no es, quien está en su liberación. Nadie pronunció palabras, solo los ladridos de un perro que fue.
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Te ruego por nosotros y por todos los que dijeron tantas mentiras como nosotros lo hicimos, te ruego por nosotros que hemos matado en masa. Y ruego por las heridas aún sin sanar a Dios, el Altísimo. Y ruego por todos nosotros y mi palabra no tiene límite; es la palabra que ha ido y venido, y en la montaña hay un hombre, y él va con sombrero y una serpiente, recorre las selvas y dice sin decir, un grande hombre vive apartado en una montaña y en las noches sus sueños son ciudades de diamante. Ese hombre es el final de todos los finales y nadie conoce con certeza su nombre, su mirada ya no es. Ese hombre te despoja de la vestidura que te ata, summer love. Solo eso, solo una ligereza.
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Sueño con todos los perros del mundo; ellos hablan y comunican su silencio como de pesadumbre, y nos comunican que realmente no hay tiempo, que Apolonio de Tiana fue una experiencia en parte consciente y en parte inconsciente. Algunos observan piedras preciosas. Hecha con sangre y con ardor está la semilla estéril.
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Aquí encontramos una nueva singularidad: nosotros. Aquí ni siquiera hay vaivén sino un franco escape del mundo que nos sostiene, desde donde suponemos el agua pasar y por allá toman lugar lluvias, soles, por allá camina un hombre con sombrero –silencio interminable de los halcones, de los jaguares–. Éste es un espacio sagrado, éste es un templo terracota con extensiones y voladizos. Hombres etéreos, hombres rana, hombres interminables; este pasadizo contiene caras, imágenes que se transparentan. Burbujas saltan sobre habitaciones que desaparecen y el cielo se lo traga todo.
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Soy soles, soy la luna, estoy en centros y en periferias; soy una gota interminable, esa gota diminuta desde donde nos vemos iniciar el fuego, voces mínimas, estados transitorios.
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No entres aquí, Ave Sol. Si entras conocerás tu momento, tus tiempos. Él te hablará de los días sepia y los días naranja. En el déjà vu, hay ciudades donde las calles son fuentes, donde el agua refleja las formas del cielo. Éste es el mundo invisible. El monje regresa para encontrarse con su maestro en la ciudad prohibida y cuando éste le pregunta cómo han sido estos no días, el joven monje responde: ha sido suave el fluir. Observa al fuego que se eleva, y es el mundo y su espejo.
Fragmentos contenidos en el libro Fragmentos naranja (Oscar Todtmann Editores, 2015) Un comercial pone la vida en el ahora, será que los jueves suelen ser para siempre, que nos vemos, que las calles pasan en anaranjado, que muchos de nosotros sonreímos, que los viandantes se entregan rítmicos, será por estos días cuando se juntaron brisas y soles, cuando se juntaron los encuentros, será que la gente encontró un tiempo que nunca les perteneció, que los universos de piel se dan y que la elasticidad del párpado salta contra nosotros, viajantes de volcán, y que mientras tanto soñamos estos días, ciudad inquieta, ciudad que se despedaza, que salta, que da vueltas, que se desbarata, que nadie y todos recuerdan, ciudad de niños y de adultos, de pensamientos impunes, ciudad que hace mi tiempo cuando te recuerdo.