Ishion Hutchinson

Ishion Hutchinson.  Jamaica, 1983. Estudió en La Universidad de las Indias Occidentales y en la Universidad de Nueva York. Tiene un Doctorado por la Universidad de Utah. Debutó como poeta en 2010 con su libro: Extremo. Premio PEN / Joyce. Osterweil, Poesía. Premio Whiting. Premio: Larry Levis. Actualmente enseña en la Universidad de Cornell y vive en NY.

Después del Huracán
 

Después del huracán entra un silencio, trastornado, blanco como los cascos
blancos de los supervisores del gobierno viendo a las chozas

sin techo, rescatando a aves aturdidas, anotando observaciones
en la lógica de las plumas, invertidas, como gaviotas que aún regurgitan; garabateando los hechos

sobre los cedros caídos, esparramados como generales muertos sobre
medallones de hojas; dibujan gráficos para mostrar que la costa

ha reacomodado su idea de la belleza de las villas
de un resort, milagrosamente no destrozadas por --

llámalo Cíclope -- el paso a través de las vidas
de niños y cerdos, el ojo único que desenganchó

banjos de las colinas, destrozándolos en Rio Valley;
ellos anotan cómo aullaba hacia esa oscura parroquia

de St. Thomas, tambaleándose borracho con latigazos de cables y calambres,
paralizando a los postes de luz y las palmeras,

sembrando discordia entre vecinos, expuestos,
parados en medio de sus vidas aplastadas, desperdigadas por primera vez.

Pasó por encima de la cabeza de la tía May, desordenando
los muebles, la dejó parloteando sobre algo,

una mezcla entre un ave y un niño; no se sabe
cómo demolió sus sentidos, no hubo palabras, empacaron

sus instrumentos, las moscas regresan a hacer genuflexiones
a sus rodillas, sobre el rostro de la tía May, ablandada;

no hubo palabras, excepto: No se preocupen, mientras se marchan,
como si hubiesen dejado las mejores promesas por venir.


Traducción: Carolina Iribarren 

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After the Hurricane



After the hurricane walks a silence, deranged, white as the white helmets 
of government surveyors looking into roofless


shacks, accessing stunned fowls, noting inquiries 
into the logic of feathers, reversed, like gullies still retching; they scribble facts


about fallen cedars, spread out like dead generals on leaf 
medallions; they draw tables to show the shore


has rearranged its idea of beauty for the resort 
villas, miraculously not rattled by the hurricane's—


call it Cyclops—passage through the lives 
of children and pigs, the one eye that unhooked


banjos from the hills, smashed them in Rio Valley; 
they record how it howled off to that dark parish


St. Thomas, stomping drunk with wire lashes and cramps, 
paralyzing electric poles and coconut trees,


dishing discord among neighbours, exposed, 
standing among their flattened, scattered lives for the first time.


It passed through Aunt May's head, upsetting 
the furniture, left her chattering something,


a cross between a fowl and a child; they can't say 
how it tore down her senses, no words, packing


their instruments, flies returning to genuflect 
at their knees, on Aunt May's face, gone soft;


no words, except: Don't fret, driving off, 
as if they had left better promises to come.