Gabriela Kízer

Gabriela Kizer. Nació en Caracas en 1964. Es Licenciada en Letras, tiene un Magíster en Literatura Latinoamericana Contemporánea. Profesora de la Escuela de Artes y de la Maestría en Literatura Comparada de la Universidad Central de Venezuela, en el área de literatura. Gabriela Kizer mereció los premios: Premio de autores inéditos de Monte Ávila Editores, 1999. Premio Internacional de Poesía «José Barroeta», 2007 y el Premio Bienal de Literatura «Mariano Picón-Salas» Ha publicado: Amagos. Caracas, 2000, Guayabo. Bogotá: Ediciones Arte Dos Gráfico/Ediciones Esta Tierra de Gracia, 2002. Tribu. Caracas: Editorial La Cámara Escrita, 2011, Pavesa. Caracas/Nueva York: Ediciones Letra Muerta, 2019, y “En falso” publicado en España en 2022, por Visor de Poesia y el Fondo de la cultura Urbana de Caracas.

POÉTICA

No tiramos nuestro cuerpo por la ventana.

No abrimos huecos en algún pedazo de tierra húmeda

para que nuestros amigos fueran a visitarnos.

No pedimos que nos sembraran flores encima.

Hemos visto caer sobre nosotros la modorra entera del dolor

y ni siquiera podemos decir que lo conocemos.

Hemos tratado de desperezarnos y de agarrar en el aire

una libélula: la flor prensada o podrida dentro del sueño.

Hemos besado su resequedad y sus larvas.

Hemos sentido en el sabor del barro, la mies

y aunque el grano fuese duro, inmasticable,

hemos aprendido a molerlo con los dientes.

¿Pero qué haremos ahora?

¿Qué sombrero le pondremos a esta tristeza de gaucho

solitario y ebrio?, ¿qué llanuras le daremos para que ande?,

¿qué oasis y qué cactus cuando precise recostarse

o apurar las espuelas, el puñal

para atrapar el tono que fuese necesario?

¿Recuerdas? Conocimos a un hombre

que fingía ataques de epilepsia en distintas esquinas de esta ciudad.

Cada cierto tiempo volvía a ponerse en nuestro camino.

Tirado en alguna acera,

lo veíamos bañado de sudor, con la mano en el corazón

y nos confundíamos nuevamente con espanto.

¿Y qué haremos ahora?

¿Qué le diremos a este sujeto que nos ha estafado?,

¿qué imagen suya pegaremos en el álbum de cromos superpuestos

para que no se nos confunda la memoria?

Para que no se nos olvide tampoco

la lentitud de aquel recogedor de latas

que casi de pie y a lo largo de cien segundos

atravesó la avenida principal

con luz roja para peatones

sin que ningún conductor gritara nada,

sin que ningún nuevo mitólogo afirmara

que así era como Atlas cargaba el mundo.

¿Y qué haremos en este mundo?

Qué cargamento de latas ganará algún valor de cambio

si no hemos caminado hasta el medio de la calle

para cargar y poner a salvo a un gato muerto,

si hemos visto a la amiga auscultar el corazón del animal

y mover el cuerpo, acariciarlo,

con una ternura que nos hizo avergonzar.

¿Y dónde buscaremos la cajita de cartón

en la que pueda caber esta vergüenza,

esa cara de gato atropellado

a la medida de un camión de basura?

No, no seguiremos buscando en el estiércol

la medida exacta de alguna frase inusitada.

No hallaremos nuevos ritmos en la quinta pata del gato

ni imitaremos a los hombres de manos enguantadas

que hay detrás de cada camión de basura.

Rasgaremos nuestras camisas, si hace falta,

nos sentaremos siete días en el suelo

y guardaremos el más rígido luto por aquello que importa

y que cae y que fracasa siempre.

Pero no quedará enterrado el corazón.

Tampoco lo congelaremos para futuros más desoladores aún

o sorprendentemente magníficos.

De los barcos que pasan,

hemos conocido ya la estela grabada sobre los huesos,

hemos entendido que nadie nos ha salvado de nada.

Pero no seremos los cronistas del desconsuelo.

No lo seremos.