Ezequiel Borges Caracas. Poeta, periodista y traductor. Ha trabajado como periodista cultural en los principales medios venezolanos. Publicó: «30 Poemas» en 2003. Recientemente ha estado publicando por FB, una serie de poemas que titula: «Canciones de la dictadura». Vive en Caracas, Venezuela, resistiendo la dictadura. El audio que ofrecemos es una grabación de los 90 que le hicimos al poeta.
El día de los misiles Nuestros gobernantes, más fascistas que otra cosa, no comprenden lo que se les viene encima. Una lluvia de misiles. No habrá ninguna invasión de marines, ¿acaso no se fijaron cómo se hacen las cosas? Les van a meter por la ventana un misil. Uno para cada uno. Mucho antes de que desembarque un marine. ¿Es que acaso no entienden? Habrán misiles sobre todos nosotros como si fuésemos sólo blancos imaginarios. Algunos de esos misiles los van a alcanzar antes de que se den cuenta, es su responsabilidad, señores, decidir si quieren la luna o el sol. Yo ya estoy muerto, y sólo soy un poeta pero sí les voy a decir una cosa, mejor vivir que morir. ******** Cuando te despiertes, piensa bien qué pájaros te despiertan, serán los pájaros de Quito, serán los pájaros de Roma, serán los pájaros de Moscú, serán los pájaros de un carromato en Miami a donde fuiste a parar mi amor, porque aunque estás lejos no supiste esconderte, o no te querías esconder de nadie. Tan sola, te cambio tu luna por la mía, te cambio tu tiempo por el mío, mi casa por la casa rodante donde te entristeces bajo la sucia luna bajo la que crees que has terminado, lo que no te voy a cambiar es mi corazón. Mi corazón está enterrado aquí entre la gente, entre los niños muertos, entre las gentes que caminan con un pedazo de pan bajo el brazo, entre los que son mejores que yo y ni siquiera lo saben. El día que yo me vaya de este mundo, te devolveré mi corazón, pero nunca te voy a devolver mi canción de amor. ******* LLuvia La veo esperar a esta chica tan guapa, una morena con su franela rosada de la que sobresalen un par de pezones mojados, a que venga alguien a buscarla, quizá un cantante puertorriqueño, de esos de ahora que no saben cantar. Pero sólo viene la lluvia de Caracas y aquella mujer o aquella niña se echa a correr, y se moja en el camino, mientras todos se esconden de la lluvia, ella sigue corriendo. Si tengo que pelear por ella, aunque no me reconozca, me verás invicto, sin un rasguño, bajo la lluvia. Canciones de la dictadura Estamos indefensos pero no desgraciados, estamos indefensos pero tenemos las mareas y las lunas que si las pruebas saben a sal, estamos indefensos pero podemos soñar un mundo más allá. ****** "Tú que eres poeta, ¿no es cierto que todos los poetas se han ido de Venezuela?". Atónito es poco, yo nunca he llevado la cuenta de los poetas que viven en este país olvidado de Dios, y no pretendo hacerlo porque sé que son incontables, sería inútil intentar averiguar cuántos poetas se han ido y cuántos se han quedado en medio de este éxodo. (...) Quizás se vayan cuando los arrastre la marea pero lo dudo, a los poetas les gusta la historia". Se me queda viendo mi Mariana B freudiana y dice: "sigues tan duro como siempre, uff". Pero yo en el fondo, me siento reivindicado porque, por una vez, estoy del lado de los valientes. ****** Si te vas, si de verdad te vas para siempre, recuerda que estoy aquí todavía, en el segundo o en el tercer anillo del infierno, como si nada, si te vas, nadie te dirá ni una sola palabra de reproche, si te vas, sólo recuerda que el tiempo tiene la última palabra y que yo me quedo libre pero encerrado en esta burbuja. Si te vas, recuerda los pájaros en las madrugadas de Caracas, los sapos en las noches de lluvia, nuestras canciones, el ruido que hacías los jueves y los viernes para olvidar la dictadura, mi amor, con sexo, alcohol y miedo. Si te vas, si de verdad te vas a ir, llévate en la maleta un pedazo de la cruz del Âvila, llévate el beso y el reverso de todo lo que hayas leído o que vayas a leer, llévate la sombra de los días bajo la luna sangrienta que nos ha tocado, pero llévate, si te vas, una pequeña plegaria por lo que vas a sembrar en otras tierras. Si te vas o si ya te fuiste, no le tengas miedo a nada, esta tierra te preparó para los peores infortunios y para las mejores fortunas, eres una moneda de una sola cara, siempre vas a caer del mismo lado. Si te vas, no me lo digas, que yo no sé si aunque pueda me querré ir, así me espere el beso de la luna más azul, al otro lado del mar. ******** A orillas del Neva Para Nidia Hernández Llegué a visitar a la poeta en la orillas del Neva, en mis sueños delirantes, llegué a visitar a la poeta, el otro día en que desmayé mientras soñaba con la joven Anna Ajmátova, como si fuese mi madre o mi hermana, o mi amante, la que me hablaba del tiempo y de sus pesares o alegrías en San Petersburgo. Yo llegué a visitar a la poeta, una tarde en la perspectiva Nevski, o quizá fue en Moscú, no recuerdo bien, pero si recuerdo que tenía yo seis huevos duros, un pedazo de pan marrón y muchos pepinillos encurtidos para compartir con ella. Todavía no había empezado la guerra y ella se reía de mí cuando le decía que una mujer poeta era algo absurdo: "No me jodas, Ezequiel, yo soy mejor poeta que tú". Y nos reíamos los dos largamente, porque los dos sabíamos que era verdad, tan verdad como que la vieja Rusia iba a cambiar uno de esos días. Que nunca más nos veríamos, sino en sueños, que la más demente de las canciones no era la canción de una mujer poeta, sino la canción de la muerte del Zar, allá en la fortaleza de Pedro y Pablo, cuando todas las canciones se apagaron, aquel brumoso día en que llegué a visitar a la poeta Anna Ajmátova, a orillas del Neva, creo, y la poeta me miraba fijamente. Y ni una mosca se atrevía a soñar. ***** Canciones de la dictadura Canta, canta, canta, esta tarde de ruidos de motores y de niños que gritan en medio de los pájaros, cuando se ha ido la lluvia y sólo quedas tú. Canta, canta, canta, canta, este mundo es tu canción, los gritos de las gentes, el hambre de las gentes, la tristeza o la alegría de las gentes que te rodean, son tu canción. Canta sin miedo porque no será la última vez. Canciones de la dictadura No conozco a ningún poeta que se haya rendido, de verdad, ante una dictadura, con el debido respeto a la larga galería de poetas muertos, y algunos de los vivos, no pienso rendirme ante esta dictadura de marras que nos asola, ante este falso final. Mis poetas favoritos no se rindieron ante nadie, ni se rendirán, váyanse acostumbrando, a escuchar en mis labios un verso de Dylan Thomas para entrar en la oscuridad entero, o un par de líneas del viejo Arthur Rimbaud cuando decía que quería una libertad libre, porque no le bastaba la simple libertad. No los voy a cansar con historias de Paul Eluard, de Francois Villon o de Anna Ajmátova, que decía: "tú mismo lo adivinarás todo...". Sólo les voy a decir que los poetas o las poetas, no se rinden nunca, que este es un trabajo para siempre, que hasta dormidos soñamos palabras, que cuando despertamos no sabemos conjugar la palabra miedo, que nunca nos rendiremos, aquí en Caracas o en Peking, ante nadie. Que amamos la libertad bajo la luna, que somos la sombra y el camino, cuando ya no queda nada. ********** Canciones de la dictadura para Gabriela Rangel La suerte puede cambiar, porque es tuya, aquella moneda olvidada que lanzas al pavimento y que no vale nada hoy en día, puede salir cara o cruz, y si la soplas brevemente antes de lanzarla, es probable que caiga de tu lado. La suerte no está echada, amiga mía, no te dejes engañar por las pistolas y las balas y las amenazas, que la suerte sólo tiene un destino, una luna y un mar y ése eres tú. La suerte está por verse, la suerte es una canción bajo la lluvia más oscura que debes cantar hasta que amanezca, si de verdad quieres saber de qué lado caerá tu corazón. Canciones de la dictadura Y yo que pensaba que al final de la tarde, cuando el crepúsculo cambia de nombre, me dejaría en paz la dictadura, que la dictadura me dejaría tranquilo, al menos una tarde. Y yo que pensaba que iba a salir ileso de este mundo, que iba a poder comerme mi propias luces, las luces de la vieja ciudad, que el tiempo me dejaría enpiernarme con una luna cualquiera, no con cualquier luna, y llamar al crepúsculo desde la ventana. Pero ya que veo que no va a ocurrir que la perra dictadura me deje mirar el atardecer en paz, le voy a recordar su canción: Somos tus muertos, dictadura, que venimos a decirte, desde las bolsas negras de basura abiertas por tus fantasmas, que esta es la hora de irte. Que todos somos tus fantasmas y tus muertos, que ya no aguantamos más, que el amor se nos acaba, que todos estamos más o menos muertos, que el mejor de los muertos, que el mejor de los fantasmas, soy yo, un privilegiado que sabe que va a morir de hambre, o, peor aún, de tristeza, que va a morir de tristeza viendo como mueren los otros de hambre, cuando los otros me preguntan: "¿cómo haces para comer?" y no les puedo responder, no en este mundo. Y yo que pensaba que iba a salir ileso de la vida, que bastaría ser buena gente, de vez en cuando. Recibo más palos en una tarde oyendo las miserias de esta ciudad que si estuviera en el cuarto o en el quinto anillo del infierno. Da qué pensar vivir en esta Caracas en la que las putas desdentadas te piden un cigarrillo con una sonrisa. Tú siempre las amastes, di la verdad, sin conocerlas, sólo porque eran las más débiles, pero ahora no solo están rotas, como todos nosotros, sino que no sabes si volverán a ponerse de pie. ¿Cómo haremos, mi amor, mi gran amor, para volvernos a poner de pie? No tengo la menor idea cómo lo vamos a lograr. Sí sé que un día el viejo de la esquina, un abuelo que era chavista y que gritaba consignas, que la señora del kiosko de periódicos, que era amiga de mi madre y ahora casi no vende periódicos sino huevos, porque vivimos en un país en el que los períódicos obligado se han vuelto digitales, donde el papel es un lujo reservado a los periódicos de la dictadura, sé que un día la señora de 70 años que venía a limpiar la casa y nunca aceptó una bolsa de Clap, porque me consta, sé que un día el malandro más astuto, el jíbaro más curtido, el asesino, el ladrón, que por supuesto, tiene una madre, el portugués de las arepas aplanadas que ya nadie quiere comprar, la chica que atiende la caja en McDonalds y quiere ser mi novia y todavía no entiendo por qué yo en mi infinita estupidez no la invito al cine o tomarse una birra, sé que un día encontraremos la palabra justa, el grito, el ecupitajo, entre todos nosotros, los que quedamos en este mundo, para decir basta, basta, basta ya, con las últimas energías de los zombies en los que nos estamos convirtiendo, a pesar del amor que sentimos por nuestra tierra, tan difuso, basta, basta de engaños en la morgue, de muertos sin número, basta, se acerca el momento para todos, en el que tendremos que decidir, todos rasgados como estamos, porque no hay nadie que no tenga un rasguño en esta ciudad, tendremos que decidir digo, entre la libertad y la esclavitud. Y yo que pensaba que iba a salir ileso de este mundo. ******** Canciones de la dictadura Encontré una página en blanco y la estoy llenando, dictadura, como decía el viejo Dylan Thomas, no entres tranquilamente en la oscuridad. Eso es lo único que estoy haciendo, no entrar tranquilamente en la oscuridad. Estoy entrando en la oscuridad, aunque la oscuridad a veces se parezca al amanecer que tocas, con un un grito, entro en la oscuridad de este mundo que me ha picado, consciente de que de que estoy desnudo como un perro, y, aún así, nunca me voy a rendir. Yo nunca entraré en la oscuridad de este mundo de la dictadura dulcemente, olvídense de eso. Voy a entrar haciendo ruido en la oscuridad de la dictadura porque eso es lo que me toca y por algo alguien me dio la palabra, y porque la única oscuridad que me gusta es la de la cara oscura de la luna. ********* Canciones de la dictadura Y yo que pensaba que al final de la tarde, cuando el crepúsculo cambia de nombre, me dejaría en paz la dictadura, que la dictadura me dejaría tranquilo, al menos una tarde. Y yo que pensaba que iba a salir ileso de este mundo, que iba a poder comerme mi propias luces, las luces de la vieja ciudad, que el tiempo me dejaría enpiernarme con una luna cualquiera, no con cualquier luna, y llamar al crepúsculo desde la ventana. Pero ya que veo que no va a ocurrir que la perra dictadura me deje mirar el atardecer en paz, le voy a recordar su canción: Somos tus muertos, dictadura, que venimos a decirte, desde las bolsas negras de basura abiertas por tus fantasmas, que esta es la hora de irte. Que todos somos tus fantasmas y tus muertos, que ya no aguantamos más, que el amor se nos acaba, que todos estamos más o menos muertos, que el mejor de los muertos, que el mejor de los fantasmas, soy yo, un privilegiado que sabe que va a morir de hambre, o, peor aún, de tristeza, que va a morir de tristeza viendo como mueren los otros de hambre, cuando los otros me preguntan: "¿cómo haces para comer?" y no les puedo responder, no en este mundo. Y yo que pensaba que iba a salir ileso de la vida, que bastaría ser buena gente, de vez en cuando. Recibo más palos en una tarde oyendo las miserias de esta ciudad que si estuviera en el cuarto o en el quinto anillo del infierno. Da qué pensar vivir en esta Caracas en la que las putas desdentadas te piden un cigarrillo con una sonrisa. Tú siempre las amastes, di la verdad, sin conocerlas, sólo porque eran las más débiles, pero ahora no solo están rotas, como todos nosotros, sino que no sabes si volverán a ponerse de pie. ¿Cómo haremos, mi amor, mi gran amor, para volvernos a poner de pie? No tengo la menor idea cómo lo vamos a lograr. Sí sé que un día el viejo de la esquina, un abuelo que era chavista y que gritaba consignas, que la señora del kiosko de periódicos, que era amiga de mi madre y ahora casi no vende periódicos sino huevos, porque vivimos en un país en el que los períódicos obligado se han vuelto digitales, donde el papel es un lujo reservado a los periódicos de la dictadura, sé que un día la señora de 70 años que venía a limpiar la casa y nunca aceptó una bolsa de Clap, porque me consta, sé que un día el malandro más astuto, el jíbaro más curtido, el asesino, el ladrón, que por supuesto, tiene una madre, el portugués de las arepas aplanadas que ya nadie quiere comprar, la chica que atiende la caja en McDonalds y quiere ser mi novia y todavía no entiendo por qué yo en mi infinita estupidez no la invito al cine o tomarse una birra, sé que un día encontraremos la palabra justa, el grito, el ecupitajo, entre todos nosotros, los que quedamos en este mundo, para decir basta, basta, basta ya, con las últimas energías de los zombies en los que nos estamos convirtiendo, a pesar del amor que sentimos por nuestra tierra, tan difuso, basta, basta de engaños en la morgue, de muertos sin número, basta, se acerca el momento para todos, en el que tendremos que decidir, todos rasgados como estamos, porque no hay nadie que no tenga un rasguño en esta ciudad, tendremos que decidir digo, entre la libertad y la esclavitud. Y yo que pensaba que iba a salir ileso de este mundo.