Eileen O’Connor

Eileen O’Connor is currently Government of Ireland Postgraduate Scholar in the Department of Spanish, Portuguese, and Latin American Studies at University College Cork, where she is researching and translating the works of the Peruvian poet Blanca Varela. Her translations from the Spanish include the poem collection Pez/Fish by Mariela Dreyfus (Perú) and the novel I Lived on Butterfly Hill by Marjorie Agosín (Chile). Her translation of the poem collection Harbors of Light, also by Marjorie Agosín, was listed among the “75 Notable Translations of 2016” by World Literature Today. Her translations of Latin American poetry have appeared in Asymmetries: Anthology of Peruvian Poetry (edited by G. Huapaya and Paul Guillén); Mandorla: New Writing from Latin AmericaRevista TemporalesWashington Square ReviewStill Magazine; New Poetry in Translation; World Poetry Review; and Mercurius, among other publications. Since 2015, she has translated interviews for “The City and the Writer” series at Words Without Borders, curated by poet Nathalie Handal. 

Before beginning her doctoral studies in Cork, Eileen, a native of Boston, taught Spanish, translation and writing at Harvard University, Wellesley College and Lesley University in the United States for a total of ten years. In 2022, she was awarded a Certificate of Teaching Excellence for her contribution to undergraduate teaching in the Harvard College Writing Program. She also writes fiction and nonfiction. 

Eileen O’Connor traduce a Blanca Varela:

No sé si te amo o te aborrezco
como si hubieras muerto antes de tiempo
o estuvieras naciendo poco a poco
penosamente de la nada siempre.

Porque es terrible comenzar nombrándote
desde el principio ciego de las cosas
con colores con letras y con aire.

Violeta rojo azul amarillo naranja
melancólicamente
esperanzadamente
absurdamente
eternamente.

Una mujer joven y su hija muy pequeña (las recuerdo perfectamente, la niña tenía un abrigo rojo sucio y pesadas botas de goma) me empujaron para ser las primeras en presenciar el espectáculo.
Yo estaba en Bleecker Street, con un pan italiano bajo el brazo. Primero escuché sirenas, luego cerraron la calle que dejé atrás. Alguien se había arrojado por una ventana.
Seguí caminando. No pude evitarlo. Iba cantando.

<<Mi noche ya no es noche por lo oscura>>

A unos cuantos pasos de esa esquina, de esa casa, bajo esa misma ventana alta y negra, la noche anterior había comprado salchichas y cebollas. Era una noche muy fría, tres muchachos tocaban jazz en la acera y un escocés con barba, un escocés auténtico, llevaba por el talle a una menuda japonesa. Parecían verdaderamente enamorados.
Esta mañana también era muy fría. Había nieve sucia, irreconocible. Un ebrio dormía profundamente, como un ángel, en la escalera de un sótano. Al lado, en la vitrina de una tienda de modas, un formidable sol de cartón sonreía.


Vienes entonces desde mis entrañas
como un negro dulcísimo resplandor
así de golpe.
Un río de colores entre sombras
sombras que me deslumbran
colores que me ciegan
criaturas del alma.

Naces como una mancha voraz en mi pecho
como un trino en el cielo
como un camino desconocido.

Mas luego retrocedes te agazapas
y saltas al vacío
y me dejas al filo del océano
sin sirenas en torno
nada más que el inmundo el bellísimo azul
el inclemente azul
el deseo.

<<Juguete del destino>>

El negro me dio alcance
— Give me a quarter
— No hablo inglés, no tengo plata.
La palma de su mano extendida era rosada y la línea de la vida parecía un corte, una cicatriz que se perdía bajo el puño deshilachado.
— No entiendo
— Give me money… Son of a bitch.
Me alejé. Se quedó parado, con las piernas abiertas, hundidas entre la nieve
sucia, maldiciéndome. Al voltear la esquina encontré la plaza desierta.

<<Tu débil hermosura>>

Hedores y tristeza
devorando paraísos de arena
sólo este subterráneo perfume
de lamento y guitarras
y el gran dios roedor
y el gran vientre vacío.

(¿Cuál de tus rostros amo
cuál aborrezco?
¿Dónde nací
en qué calle aprendí a dudar
de qué balcón hinchado de miseria
se arrojó la dicha una mañana
dónde aprendí a mentir
a llevar mi nombre de seis letras negras
como un golpe ajeno?)

Había un sol débil sobre Washington Square, muy débil. Los árboles parecían alambres retorcidos y luego estirados a la fuerza; como si los hubieran puesto entre dos vidrios amarillos. Desde lejos me hacían pensar en delicadas columnas vertebrales de insectos. Bonita cosa: huesos de insectos. El bar que había frente a casa estaba cerrado con un inmenso candado negro. Me di cuenta de que era domingo.

Siempre amé lo confieso
tus paredes aladas transparentes
con enredaderas de campanillas
como en Barranco cuando niña
miraba a una pareja besarse bajo un árbol.

Tras la ventana adoraba mi fiebre
mi enfermedad llena de espejos
donde yo era todo a un tiempo
el árbol la caricia
la sombra que ocultaba el rostro de los amantes
y la tarde abriéndose como una fruta otoñal
sobre el acantilado a la izquierda
como para enseñarme que el crepúsculo
llega primero al lado del corazón.

Hogueras en un huerto
donde las horas danzaban sin prisa.
El minuto era eterno.
¡Qué misteriosas voces!
¿Por qué cantaban entonces?

Esperé que cambiara la luz. Ningún auto venía. Solo un ciclista pasó cantando muy fuerte, con voz de tenor. Tenía anteojos, una bufanda roja que flotaba, y la voz salía como humo de su boca. La escuché hasta que se perdió, cada vez más delgada y clara, en la larga y estrecha calle de depósitos clausurados.
La última palabra que escuché fue corazón. Era una canción de Frank Sinatra.
La plaza continuaba desierta. Miento. Muy lejos, casi junto al arco, exactamente entre la fuente y el arco, caminaba un ciego. Me di cuenta de que era ciego porque llevaba un bastón blanco y tenía el aire de no ir a ninguna parte. Me puse los anteojos para ver bien al ciego. No me había equivocado, estaba dando vueltas alrededor de la fuente.

<<En tu recuerdo vivo>>

Desde lejos bajo el cielo del alma
donde nacen palabras que el amor ilumina
desde allí acostumbraba a cubrirte de joyas
hiriendo tu invisible descolorido seno
con mis dardos de fuego.

Con qué dulzura apartaba
ese velo de lágrimas ausentes
y descubría tu apretada boca
imaginando tu risa
el alba frente al puerto
las gaviotas tu bienvenida
el sol recién nacido
y los viejos perfumes del mar.

Todo era tuyo en ese cielo
maderas roja sal y un abrazo
de negras cuerdas que el viento rasga sin prisa.
Y peces y estrellas y medusas
y alguna barca con un nombre de niña
y la isla nacida tras el salto del bufeo.

Crucé la calle y sentí que el cielo era más oscuro a mi derecha. A ese lado las torres más altas de Wall Street parecían dibujadas con carbón, en un solo plano gris lavado con delicadas manchas amarillas y rosas. Cuestión de óptica, parecían un decorado de teatro.
Sabía que estaban muy lejos y, sin embargo, me parecía también que se inclinaban peligrosamente sobre mi cabeza.
Las puertas de vidrio giraron y reflejaron todo: la plaza, el sol débil, las torres, el bar cerrado, el semáforo.
— Good morning Mrs. Szyszlo.
— Buenos días Joe.
— Nice weather!
— Sí, Joe. Es un lindo día.

Hoy prisionera en tu vértigo gris
dentro de ti
no sé si te amo o si aborrezco
el rosa exangüe de tu carne
tu degollado resplandor
el río de ojos muertos que jamás te posee
su polvorienta melodía de guijarros
el verano de frutas corrompidas
tus llagas sin cubrir
el negro milagro de tu frente
hinchada de vacío
mendiga que me acosas con el corazón en los dientes
acusándome del crimen cometido en sueños.
No sé si te amo o te aborrezco
porque vuelvo
sólo para nombrarte desde adentro
desde este mar sin olas
para llamarte madre sin lágrimas
impúdica
amada a la distancia
remordimiento y caricia
leprosa desdentada
mía.

***

I don’t know if I love you or loathe you
as if you had died before your time
or were being born little by little
painfully from nothingness always

Because it’s unbearable to begin naming you
from the blind beginning of things
with colors with lyrics with air.

Violet red blue yellow orange
wistfully
hopefully
absurdly
eternally.

A young woman and her very small daughter (I remember them perfectly, the little girl wore a dirty red coat and heavy rubber boots) pushed me aside to be the first to witness the spectacle.
I was on Bleecker Street, Italian bread beneath my arm. First I heard sirens, then they closed the street I had just come from. Someone had jumped out a window.
I kept on walking. I couldn’t help it. I was singing.

“My night is no longer night because of its darkness”

The night before, a few steps away from that corner, from that very house, below that same high, black window, I had bought sausages and onions. That night had been very cold, three young guys played jazz on the sidewalk and a bearded Scotsman, a real Scotsman, led a tiny Japanese woman about with his arm around her waist. They seemed truly in love.
This morning was also very cold. The snow was dirty, unrecognizably so. A drunk man slept deeply, like an angel, on a cellar stair. Next door, in the display window of a clothing store, a formidable cardboard sun smiled.

Then you emerge from my womb
like a sweetest black radiance
all of a sudden.
A river of colors between shadows
shadows that dazzle me
colors that blind me
offspring of the soul.

You are born like a ravenous stain on my chest
like a trilling in the sky
like an unknown path.

But then you retreat you crouch down
and leap into the void
leaving me on the edge of the ocean
without sirens in tow
nothing more than the foulest the most beautiful blue
the inclement blue
desire.

Destiny’s toy

The black man caught up to me.
— Give me a quarter.
— I don’t speak English. I don’t have money.
The palm of his outstretched hand was pink and his lifeline looked like a
cut, a scar that disappeared beneath his frayed cuff.
— I don’t understand.
— Give me money…Son of a bitch.
I moved away. He stood still, legs apart, knee-deep in the dirty snow, cursing me. Turning the corner, I noticed the square was empty.


Your fragile beauty

Stenches and sadness
devouring paradises of sand
only this subterranean perfume
of lament and guitars
and the great rodent god
and the great empty womb.

(Which of your faces do I love
which do I loathe?
Where was I born
on what street did I learn to doubt
from what balcony swollen with misery
did joy throw itself one morning
where did I learn to lie
to bear the six black letters of my name
like a distant blow?)

There was a weak sunlight in Washington Square, very weak. The trees were like wires that had been twisted and then stretched taut, as if between two yellow sheets of glass. From far away they made me think of delicate insect spines. Lovely notion: insect bones. The bar facing the house was shut with an enormous black padlock. I realized it was Sunday.

I always loved I confess
your transparent winged walls
with climbing bellflower vines
like when I was a girl in Barranco
and watched a couple kiss beneath a tree.

Through the window I adored my fever
my sickness full of mirrors
where I was everything at once
the tree the caress
the shade that hid the lovers’ faces
and the evening opening like an autumn fruit
above the cliff to my left
as if to teach me that twilight
first arrives on the side of the heart.

Bonfires in an orchard
where the hours danced without haste.
The minute was eternal.
What mysterious voices!
Why were they singing then?

I waited for the light to change. Not a car in sight. Only a cyclist passed by singing very loudly, in a tenor voice. He wore glasses, a floating red scarf, and his voice sailed from his mouth like smoke. I listened until it faded away, ever thinner and brighter, down the long narrow street of closed warehouses.
The last word I heard was heart. It was a Frank Sinatra song.
The square was still empty. I lie. Very far away, almost next to the arch, exactly
between the fountain and the arch, a blind man was walking. I realized he was blind because he was carrying a white cane and had the air of someone going nowhere. I put on my glasses to see the blind man better. I hadn’t been wrong. He was circling the fountain.

I live in your memory

From far away beneath my soul’s sky
where words are born that love lights up
I used to cover you with jewels
piercing your invisible faded breast
with my darts of fire.

With what sweetness I lifted
that veil of absent tears
and found your pursed lips
imagining your laughter
the dawn facing the port
the seagulls your welcome
the newly risen sun
and the old perfumes of the sea.

Everything was yours in that sky
wood red salt and an embrace
from black cords the wind slowly strums.
And fish and stars and jellyfish
and some boat named after a girl
and the island born after the dolphin’s leap.

I crossed the street and sensed that the sky was darker to my right. On that side, the tallest towers on Wall Street looked like charcoal sketches on a single gray surface washed with delicate yellow and pink stains. A matter of optics, they looked like theater scenery.
I knew they were very far away and, yet, they also seemed to lean precariously over my head.
The glass doors spun and reflected everything: the square, the weak sun, the towers, the closed bar, the traffic light.
— Good morning, Mrs. Szyszlo.
— Good morning Joe.
— Nice weather!
— Yes, Joe. It’s a lovely day.

Today captive in your gray vertigo
inside you
I don’t know if I love or loathe
the bloodless pink of your flesh
your slit-throat splendor
the river of dead eyes that never possess you
its dusty pebble melody
the summer of rotted fruits
your uncovered wounds
the black miracle of your forehead
swollen with emptiness
beggar harassing me with your heart in your teeth
accusing me of a crime committed in dreams.
I don’t know if I love you or loathe you
because I return
just to name you from within
from this waveless sea
to call you tearless mother
shameless
loved from afar
regret and caress
toothless leper
mine.

Traducción: Eileen O’Connor