Carlos Drummond de Andrade.

Carlos Drummond de Andrade. Brasil. (1902-1987). Reconocido como uno de los más grandes poetas de Brasil de todos los tiempos. Publica su primer poemario: Alguna poesía, en 1934. Otros libros: Sentimiento del mundo.La rosa del pueblo. Hacendero del aire. La vida pasada a limpio. Lección de cosas. Los buenos tiempos. Elizabeth Bishop fué su traductora al inglés.

DESAPARICIÓN DE LUISA PORTO


Se pide a quien sepa

del paradero de Luisa Porto

que avise a su domicilio

en la Calle Santos Oleos, 48.

Que prevenga urgente

a la solitaria madre enferma

paralítica desde hace largos años

yerma de sus cuidados.


Se pide que avisen a

Luisa Porto, de 37 años,

que aparezca, que escriba, que mande decir

donde está.

Se suplica al reportero aficionado,

al cajero, al mata-mosquitos, al transeúnte,

a cualquiera del pueblo y de la clase media,

hasta a los mismos señores ricos,

que sientan pena por la madre afligida

y le restituyan a la hija volatilizada

o por lo menos den información.

Es alta, delgada,

morena, de rostro velludo, dientes blancos,

lunar de nacimiento junto al ojo izquierdo,

levemente estrábica.

Vestido sencillo. Lentes.

Desaparecida hace tres meses.

Madre paralítica la llama.


Se ruega al pueblo creativo de esta ciudad

que tome en consideración un caso de familia

digno de simpatía especial.

Luisa es de buen carácter, correcta,

cariñosa, trabajadora, religiosa.

Fue a hacer compras en la feria de la plaza.

No volvió.


Llevaba poco dinero en la cartera.

(Busquen a Luisa.)

Normalmente no se demoraba:

(Busquen a Luisa.)

Enamorado no tenía.

(Búsquenla, Búsquenla.)

Hace tanta falta.



Si aún no la encuentran

no por eso dejen de buscarla

con obstinación y confianza

que Dios siempre recompensa

y tal vez la encuentren.

Madre viuda, pobre, no pierde las esperanzas.

Luisa iba poco a la ciudad

y aquí en el barrio es donde se puede buscar mejor.

Su mejor amiga, después de su madre enferma,

es Rita Santana, costurera, joven, desocupada

la cual no da noticia alguna,

se limita a responder: No sé.

Lo que no deja de ser extraño.



Desaparecen tantas personas anualmente

en una ciudad como Río de Janeiro

que tal vez Luisa Porto jamás sea encontrada.

Una vez, en 1898

o 9,

se perdió el propio jefe de la policía

que salía en la tarde para una ronda en Largo Rocío

y hasta hoy.

La madre de Luisa, entonces joven,

lo leyó en el Diario Mercantil,

y quedó pasmada.

El periódico se confunde en la memoria.

Difícilmente sabía ella que el casamiento sufrido, la viudez,

la pobreza, la parálisis, el lamento

serían, en la vida, su suerte

y que su única hija, afable puesto que estrábica,

se diluiría sin explicación.


Por última vez y en nombre de Dios

todo poderoso y lleno de misericordia

busquen a la muchacha, busquen

a esa que se llama Luisa Porto

que no tiene enamorado.

Olviden la lucha política,

pongan de lado las preocupaciones comerciales,

pierdan un poco de tiempo indagando,

inquiriendo, removiendo.

No se arrepentirán. No

hay gratificación mayor que la sonrisa

de una madre festejando

y la paz íntima

consecuente a las buenas y desinteresadas acciones,

rocío puro del alma.


No me vengan a decir que Luisa se suicidó.

El santo fuego de la fe

ardió siempre en su alma

que pertenece a Dios y a Teresita del Niño Jesús.

Ella no se mató.

Búsquenla.

Tampoco fue victima de una tragedia

que la policía ignora

y la prensa no dirá.

Está viva para consuelo de una paralítica

y triunfo general del amor materno,

filial

y del prójimo.


Nada de insinuaciones en cuanto a su castidad

y que no tenía, no tenía enamorado.

Algo extraordinario habrá pasado,

un terremoto, llegada de un rey,

las calles cambiaron de rumbo,

para que demore tanto, es de noche.

Pero ha de volver, espontánea

o traída por mano benigna,

con mirada desviada y tierna,

canción.


A cualquier hora del día y de la noche

quien la encuentre que avise a la calle Santos Óleos.

No hay teléfono.

Hay una empleada vieja que recibe el recado

y tomará providencias.


Pero

si creyeran que la suerte de los pueblos es más importante

y que no debemos reparar en los dolores individuales,

si cierran los oídos a este llamado de campana,

no hay problema, insulten a la madre de Luisa,

pasen la página:

Dios tendrá compasión de la abandonada y de la ausente,

erguirá a la enferma y a sus miembros paralizados

ya se desatan en forma de búsqueda.

Dios le dirá

Ve,

busca a tu hija, bésala y enciérrala para siempre en tu corazón.


O tal vez no sea necesario ese favor divino.

La madre de Luisa (somos pecadores)

se sabe indigna de tamaña gracia.

Y queda la espera, que siempre es un don.

Si, los extraviados un día regresan

o nunca, o puede ser, o ayer.

Y  pensando realizamos.

Quiere apenas su hijita

que en una tarde remota de Cachoeiro

por fin nació olorosa a leche,

a cólico, a lágrima.

Ya no interesa la descripción del cuerpo

ni esta, disculpen, fotografía,

engaño de una realidad más intensa

que no proveerá anuncio alguno.


Que cesen las pesquisas, radios cállense.

Calma de flores abriéndose

en el cantero azul

donde desabotonan senos y una forma de virgen

intacta en los tiempos.

Y al sentir comprendemos.

Ya no es necesario buscar

a mi querida hija Luisa

que mientras divago por las cenizas del mundo

con inútiles pies fijos, mientras sufro

y sufriendo me suelto y me recompongo

y vuelvo a vivir y ando,

ella está inerte

clavada en el centro de la estrella invisible

Amor.

 

***

 
 
En Cinelândia por la tarde,

entre amigos y bancos vulgares

se sientan unos hombres mal vestidos.

No tienen prisa de volver

a casa o al trabajo.

Se sientan en honor a una vida

que emerge dentro de sus vidas

corrientes, pardas y tristes,

y se quedan ahí para ver a las palomas

alrededor de la estatua de Floriano

buscando maíz, repartido

por un dios amigo de las aves,

el dios que al no bajar a la Tierra

prefirió el simple disfraz

de empleado público.

Pican las palomas, revolotean 

por entre el mármol del Teatro,

del Museo y de La Biblioteca.

Y no es que les interese la opera,

los libros, los cuadros, las bellas artes.

Juegan las palomas: lápiz, color,

relampagueo entre los árboles, tranquilo

ser y estar, contrario al trágico

mundo que se fue modelando

entre gritos, tartamudeos, gruñidos,  

lágrimas, cóleras, solercias,

a costa del mundo esencial.

Liberados de todo peso,

se dejan estar los hombres

desprevenidos junto a las palomas.

Silenciosos y circunspectos,

son tal vez los mejores hombres

de nuestro tiempo así desocupados.

No se disputan bienes o poderes

más que el bien y el poder de un banco

construido sobre un piso de piedras.

No transportan guerras en el alma,

no venden odio, no embaucan

ni especulan en quien tiene la razón

entre las sin razones de este instante.

El vuelo no viajero les basta   

como alimento de las retinas

y al mirar a las palomas, perciben

una armonía que perdimos.

En Cinelândia, aves y hombres

redescubren en vida, la paz.     
 

drummondfirrr

 

Traducción: Nidia Hernández

 

 

Na cinelândia, pela tarde,
em bancos vulgares e amigos,
sentam-se homens mal vestidos.
Não mostram pressa de voltar
para casa ou para o trabalho.
Sentam-se em honra de uma vida
que vige dentro de suas vidas
corriqueiras, pardas e tristes,
e lá ficam a ver as pombas
em torno à estátua de Floriano
catando milho distribuído
por um deus amigo das aves,
o deus que no baixar à Terra
preferiu o simples disfarce
de empregado administrativo.
Bicam as pombas, esvoaçam
por entre mármores do Teatro,
do Museu e da Biblioteca.
Não que lhe interessem óperas,
livros, telas, artes humanas.
Brincam as pombas: pena, cor,
lampejo entre árvores, tranquilo
ser-existir infenso ao trágico
mundo que se foi modelando
entre gritos, gagos, regougos,
lágrimas, cóleras, solércias,
à custa do mundo essencial.
Libertados de todo peso,
deixam-se os homens existir
desprevenidos junto às pombas.
Silenciosos e circunspectos,
são talvez homens melhores
do nosso tempo assim parados.
Não pleiteiam bens ou poderes
mais que o bem e o poder de um banco
alteado no chão de pedrinhas.
Não transportam a guerra n'alma,
não vendem ódio, não tocaiam
nem sofismam quem tem razão
entre sem razões deste instante.
O voo não viajeiro basta-lhes
para alimento das retinas
e, ao mirar as pombas, remiram
uma harmonia que perdemos.
Na Cinelândia, aves e homens
redescobrem a paz, em vida.
Carta Astral de: Carlos Drummond de Andrade