Caracas 450 Aniversario. Poemas para Caracas

 Caracas, ciudad intemperie, ciudad difícil, imposible ciudad, bomba temible de tiempo, resbaladiza, trabajosa, hostil. A veces nos recibe, nos abre sus brazos, otras veces no podemos acercarnos a ella y nos bota lejos. Custodia de nuestros afectos, ciudad amante, colateral, renegada, también es un dulce amor, que nos acaricia, apenas con su lluvia. 

Con sus tardes tornasoladas, con el cielo amable de todos sus árboles, y su luna bruja con estrellas; Caracas constelada, nos observa silente con sus ojos de buda; el Ávila. Nos grita sus mercaderías, pero también nos murmura sus sonidos, que no siempre oímos.

La prefiguro como una muchacha solitaria, abandonada, altanera aunque herida, dadora y mendiga, la hemos encontrado de pie o sentada como esperando que algún transeúnte se detenga ¿A sonreírle? ¿A tocarla? ¿A hablar con ella? ¿A decirle palabras amables? Ciudad como cualquier otra sobre la tierra, diminuta como el polvo, inmensa como una luz maestra, con los problemas que tienen todas las ciudades del mundo, la más desordenada, sus casas y edificios no son los más bellos, sus calles no son las mejores, sus habitantes en estos días no son los más amables, sus gerentes no existen. Esta no es, quizás, la ciudad más gentil, pero Caracas te agradecemos tanto, ciudad nuestra de cada día, ciudad símbolo, ciudad espejo, ciudad representación, ciudad reflector, que no esquivan estos poetas que hoy te cantan, Caracas ciudad bendita. Caracas, Caracas, Caracas. 

Nidia Hernández. @lamajadesnuda

POEMAS

URBANO

No, no puedo escribir un poema sobre callejones largos,
anchos o estrechos.
Mi ciudad no es una ciudad de cemento que sez agrieta
ni de tonos grisáceos para la mejor llegada del ocio.
Yo no tengo nada de esto.
Voy a las horas pico pegada a un volante
que se pega a su vez a un mal sonido de cante jondo,
voy siempre por las mismas avenidas y con el mismo calor.
Debo pedir perdón,
perdón a quienes convidan a pasear por postales
y no sé qué otra sensibilidad citadina.
Perdón porque no voy con mi escaso pasado rural a cuestas
ni juego a silbar sobre un trencito desvencijado e inexistente
que pasa cada día frente al mural de los locos
donde suponemos que yo aguardo para ir al cine.
Perdón por no estar tras ese mural y por no ir al cine.
Perdón porque el cemento es gris
y yo sólo tengo horas pico
y arena y alguna persistencia engañosa en hacer pie.
Perdón a todos los seres que como yo pululan
sobre los mediodías de junio,
a los oficinistas que no puedo retratar
con sus almuerzos comprados o sus termos
y el cepillo de dientes dentro de la cartera.
Perdón cien veces por anticipado
a los hombres que he dejado cuando más me amaban
o a los que me amaron cuando comenzaba a dejarlos
o a los que dejaré de lado sin amar.
Perdón al mendigo que me saludó sin pedirme limosna
y yo no pude dársela aunque la tenía en la mano
y me justifiqué diciendo que los mendigos bendicen pero no saludan
durante todo lo rojo que un semáforo dura
perdiendo el tiempo con los otros carros,
perdiendo el tiempo.
Perdón a la cara del loco que camina
pegado siempre al último recodo de la autopista
y a la sociedad protectora de animales que vendrá a recogerlos
si se entera y a todo lo que no se da por enterado, perdón.
Esta ciudad no tiene alma y es mía.
Esta ciudad no tiene alma.
Esta ciudad.

Gabriela Kizer. Caracas, 1964. De Guayabo.

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Fragmentos

20

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Caracas

¿Cuál es el dios de Caracas si a Tebas dejó el Dionisio bacante? Nos afanamos en este valle el pie de montañas asiento de algún nebuloso jinete y divino Recordamos los verdes los montes en las mañanas ahora de mayo cuando ha llovido y la tierra da olores de polvo recién nacido En Caracas ha desaparecido el arroyo de aguas ismenas fuente de Dirce náxides danzas Castalia es esta quebrada seca entre los bucares en las laderas lejanas del pobre río que no es un Cocito río de lamentos gélido tanto Aqueronte gran boca gran delta de aguas impuras El dios nuestro es este dios del instante de los reflejos de luz entre ramas del viejo jabillo avenida en sombra de la florida casa de mis abuelos antaño.
Tebas ciudad mi Caracas Tebas no tiene ruinas visibles Tebas murmulla en los ríos escondidos en sus corrientes ismenas
Ciudad conmovida por la inconciencia insolente brutal talentosa carcasa de garzas en fétidas aguas cardón estrellado casa de amigos hogar de mi madre recibe a la niña la ahoga en su abrazo.


Verónica Jaffé. Caracas, 1957. De Versión Ismena, La Laguna de Campoma, Caracas 2000.

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Pero quedan cosas para la vida larga de esta casa.
Queda Caracas, la playa, este cerro
que ha impreso su forma a nuestro espíritu.
Queda la gente que ya no conocemos en la calle
la despedida, la vida buena a la que hemos renunciado.
Escribiré que nos espera, que la esperamos

Luis Pérez Oramas (1960), Salmos y boleros de la casa
El coro de las voces solitarias, una historia de la poesía venezolana, Rafael Arráiz Lucca, Grupo editorial Eclepsidra, 2da edición, Caracas 2003.

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Anotaciones

Tres edificios al paso

en la Baralt sostenidos (escondidos) con sus puertas/ventana

y viejos toldos, viveros, balcones ¿parisinos?

la venta de suspiros de lavados colores (rosas, blancos, azules, amarillos)

exhibidos en un local al lado de otro donde botas de tacones agujas

esperan frente a las carpas castrenses

en esa esquina, al cruzarla, en el poema se debe escuchar el tañido de las campanas

¿de qué templo?

Caracas puede ser muy triste, aún en el bullicio, el  griterío

y un domingo, mortal

(abrazarías a ese gato con algo de persa dormido al amparo de una puerta cansado de la noche, los días)

Cruzar la calle, seguir, las cúpulas, los candados

esa cuadra donde se concentra la crónica, un restaurante chino,

una peluquería en la que una mujer lava los pies –día a día- a los clientes

el zaguán semiabierto donde imposible asomarse

el otro local, la fotocopiadora, para fotocopiar los documentos de los que acuden

a la inspectoría del trabajo y comprar algún manual para aprender inglés en 10 lecciones, o mitología griega

y al doblar, si está abierto, preguntar por la imprentilla, insistir

Anotar: una jeringa en el resquicio,

la biblioteca, el panteón, el mausoleo, el banco central, los ministerios, la torredelaprensa, el bulevar,

esquina de Salas/El Silencio (de Venado en fuga, inédito)

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Pequeña Venecia

La ciudad se multiplica en sus reflejos, mientras las imágenes navegan en palabras.
Palacios, palafitos, góndolas, cúpulas y puentes construyen y reconstruyen su espacio en el discurrir de las aguas y de la Lengua. Fundación permanente de lo transitorio.
Cuando se inclinan las horas, la Virgen desciende a las profundidades de su origen y la catedral se recuesta en los canales malolientes.
Llegado el momento, las palabras naufragan junto a restos de ciudad que el agua arrastra hacia el lugar donde la palabra y ciudad permanecen en la imagen.

Belén Ojeda, Pequeña Venecia, RNC Nº 318, Abril-mayo 2001, Revista Nacional de la Cultura se lee a sí misma, número antológico 1938-2006, Caracas 2006

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Detrás del corral, donde crecía un árbol de apamate, una quebrada corría, ahí las vacas iban a beber,

mientras los torditos picoteaban sus lomos y yo pensaba en el día que viviese en Caracas,

Caracas que la imaginaba igual al palacio más bello, habitado por hombres gloriosos.

Elizabeth Schön (1921/2007). Casi un país (fragmento),

Antología poética, Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas 1998

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Caracas

Llueven ranitas del Japón
su canto limpia la sierra
las interminables vidrieras
el humo de los basureros
el aire zumbante de gasolina
y en el atardecer
la asfixia el asma y los virus
como corales abren sus ramajes
donde se posan las ranitas del Japón

Juan Liscano, Animalancia, Antología poética, Monte Ávila Editores, Caracas 1993

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La ciudad sitiada

Anda ahora
desde la calle tristona y blanda.
Bien amarra tus zapatos
y raudo corre a casa.

Antes
toda la ciudad encendida verás.

El cacharrero más feroz y despojos
ya grises ofrendan más salud
al odio (casi) eterno.
El buey chilla su conclusión
bajo el ala erizada del buitre.
Y así como las paredes mejor
amasadas del vecindario
se despeñan deshelados
uno a uno los árboles
que sembraste
rinden para ningún dios
sus salivas últimas.

Y no puedes detenerte
e hinchar el pecho como en la vieja
saga nórdica.
El héroe (trágico o no) debe ahora
ajustar
la zancada nerviosa.

Camina y ve abriendo la senda
para ti y tus condenas ya cantadas
por otros. Esos otros que en su rabia
muequean día a día
desde temprano.
La rabia como una matrona
que afuera va engordando
cada nuevo día.

No grites aún tu queja
ni porfía y las brasas que arrastras
y los niños calla a ratos.
Los niños como salamandras
entumecidas de susto en susto.

Anda
y camina en la justa marcha
pues a los niños debes arropar
en enredos de páginas amarillas
o de Salgari o Verne. Al hueso dale
perro que ha de callar mientras
a la luz
le ofertas su cabida más tímida
en el mundo.
Anda
y a los dioses entrega
menos silencio que murmullos.
Y en casa más hueso
para que el perro
bien calle su boca y muerda lealtad.

Que hoy nadie supure los reflejos
del fuego externo. Que afuera
el odio ha prendido nuevas llamas.
Ahí la ceguera atenta
al carraspeo de todo lo ajeno.


Edmundo Bracho. Caracas, 1969. (Inédito)

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A vida lenta

A Andrés Eloy Blanco
y su «Pesadilla con tambor»
La ciudad y el grito
y la sirena aullante como gata en celo
y el policía
y el ladrón escondido en su sudor
y las palomas
las ardillas
el gallo insomne
la papa a cien, la papa a cien
a cien, a cien, a cien, a cien
la cebolla que me voy por motivo de lluvia
señor, déjeme en esta esquina
parada, parada, parada
y las botellas rotas
las vidrieras anochecidas
los ayes y dios míos
Lara, Lara, Valencia, Maracay, Valencia
avena, avena, avena.
y, mire por dónde pisa
se agradece a los señores usuarios
no pase la franja amarilla
espere su turno
hoy por ti mañana por mí
Dios te dé el doble de lo que me deseas
el cariño es el mismo
el «Anima de Taguapire»
Caracas te quiero
por motivo de arrollamiento
remate, remate, remate
epa, panadería
quihúbole parroquia
el humo, el orín, la cerveza
los perros lamiendo asfalto seco
y, ciudadano, su cédula
señor agente,
toma y dame
quédate quieto que te quiebro
el hierro, la herida,
el hospital sucio
la sangre vieja
y mamacita linda
hijo de peee… arepa, arepa,
arepa, arepa
el rancho es un castillo en la niebla
y las cayenas florecidas
de muerte lenta
la autopista
las minitecas
las rockolas
las cornetas
las bodegas
el centro comercial
la esquina, la noche
se reserva el derecho de admisión
Dios aprieta pero no ahoga
mosca, mosca, mosca
la lluvia
la madrugada
el miedo
lo mismo, lo mismo, lo mismo
lo mismo.

Moraima Guanipa. (De Bogares, 1998)

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Caracas, 1955

1

Pruebo el ron de las manos de la noche con golondrinas y palmas en la garganta con desdichas y augurios pruebo el amanecer. 
Y hay sangre en el rosedal en el rosedal del amanecer hay un canto silvestre son de moscas salvajes y lepra blanca en las ramas que sostienen el canto del rosedal ¿Dónde estoy? ¿quién soy? Donde estoy –ave negra enterrada sin alas– hay una sombra de caballo hay frascos y collares, uñas, plumas, quijadas.
Allí me he puesto a olvidar a cifrar a tocarme la luna de los huesos se me abre en dos el alma se me abre en cuatro en diez la oscuridad del alma lo que yo soy se aleja se escinde se divide mi libertad y mi pobreza son grandes los pedazos de mi frente la tierra de mi cuerpo los golpes las heridas el agua sucia y continua del tiempo son grandes.

Luis García Morales (1929-2015)

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Incitables

Lentas crujían las casas de la ciudad como galletas.

Al ritmo del tintineo de las cucharas

sobre el plato de la sopa

se difunde la cosa, el leve chasquido del líquido

fluir en mil cordones umbilicales por si pudieras oír

corazones de chicharra latiendo.

El goteo incesante percute su día desde la boca del grifo

y en las hojas rezagadas sobre el asfalto la escoa rasga

un nunca pasar de un paso atrasado.

Por entre el susurrante se propaga inexacto,

que no se puede, otro gruñir, estómagos

pegados al espinazo suenan melodiosos

arcos antes de herir las cuerdas

mientras un hongo gingante crepita bajo la tierra

una chistar     un rechifle    blandiendo sentencias

que o se saben. Cuáles son

las conversaciones, los tratos del resoplo

dejado por una sílaba rota

que rueda el ánimo, un cuchillo

silba     ronca     sisea  se afinca

en el aliento de la piel de cebolla.

Los oídos absortos bajo el quedo escándalo

el blanco zumbido

trazan veloces geometrías

en el transparente

y se apalabran –

escrito por los días del referendum constitucional de 2007.

Imposible de lugar.

Claudia Sierich. 

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La Hoyada

un lugar así no te detiene

temblando

pero ha venido esa excitación a tu carne

y la necesidad

de cerrar los ojos

para recordar

cerrarse

para no ver

los cuerpos que se abrazan en sus besos

sabes del ritmo de tu apetencia:

la dura contracción de tu vacío

pero tu instante es breve

pueden asaltarte

una voz se acerca con la mano extendida

la multitud no se apacigua por tu deseo

si tuvieras un rosario

pulirías una de sus cuentas

así lo llevas dentro

es blanco el tejido que te venden

de barato precio

y con prisa

en tus restos de aire

el plomo

insigne la violencia de los pájaros

y un golpe que a tu hombro le recuerda

multitud de multitudes

sólo una gota cae

espesa

duelen las membranas

¿detenerte?

te preguntas

sólo buscas de llegar

pasar la llave

soltar los pesos de esta cárcel

desnuda

respirar una mínima seguridad de nada

con un sorbo de agua fría

recoges tus cabellos

atrás el bullicio y la rudeza

el silencio no te llega

María Antonieta Flores

De: Indigo, 2001. 

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CARACAS MORTAL


A veces cuesta levantarse en esta ciudad. Salir por cualquier puerta o resquicio puede significar el camino a la muerte, bajo el brazo inclemente de la miseria o simplemente del aburrimiento.
Pero también la ciudad puede ser amable y tierna, puede ser la diferencia porque sé, con certeza, que estarás allí, ese espacio que ocupas me devuelve la calma y me prepara el camino para otros días de ausencia.
Así es esta ciudad, vive su vida, tuerce voluntades, nos atornilla a su destino. La contemplo y me doy cuenta que no tengo adonde ir, Caracas nunca pierde, no deja de latir (aun cuando tenga el pecho abierto y se esté desangrando).
En ocasiones cuando te vas siento que caigo, pero la ciudad me recuerda que estamos hechos a su imagen y semejanza.


Claudia Noguera. Caracas 1963. De Caracas Mortal

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SOPLOS DE CARACAS

Un túnel de concreto por donde brotan hojas verdes
y en agosto taladran las chicharras.
Un bucle meteorológico cada 6 meses.
Una ciudad en proceso,
construcción incompleta.
Un mapa que venden en la gasolinera
solo para turistas.

Un valle de gente,
mejor dicho: una sinfonía automotora
en 4 ruedas, en 2 ruedas,
alternando con atardeceres y papagayos.

Cada mañana un prócer nuevo,
una barajita identificando calles de una misma forma.

Son los soplos que nos deja Caracas.

Y no es suficiente verla con lentes de sol
para difuminar su habitar forzoso,
Sus orificios laxos

Caracas es un «sertão» a media hora del Mar Caribe,
una divinidad violenta y selvática.

 
Iola Mares. Caracas, 1970. De Porque sí, el cuerpo. Inédito

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Vitrolero de Sabana Grande

No era precisamente
arrogancia lo que derrochaba
en esa noche de hace quince años
en la que busqué entregarme a ti
en una esquina del bulevar de 
Sabana Grande.
Tú dejaste tu vitrola a la intemperie
así como unos sucios discos de los sesenta.
Caminamos
Esa noche llovía
y me ofrendaste con una bandeja
con cuatro perro calientes
algunas coca colas
allí, en Crema Paraíso
Me regalaste, un brazalete de los hippies
pero en el día de nuestra primera y última pelea
me dijiste que te devolviera,
yo ya lo había echado al cesto
(era signo de mal augurio, me dije)
Esa noche de hace quince años
te mostré unos sucios originales,
no los entendiste, hablabas en inglés,
eras trinitario.
Penetramos en la oscuridad y la intemperie
en búsqueda de un hotel
Tú rechazaste la oferta,
no sé si por pudor
o por falta de dinero
Regresamos a la acera
a recoger tu vitrola y tus discos
(algunos amigos buhoneros
lo habían hecho ya por ti)
Vitrolero de Sabana Grande
hoy, que ya no sé nada de ti,
ahora que encajo en otros trajes
y miro de reojo,
cuando hay otra gente,
otras calles que me acogen
regreso a ti en este poema
con elegancia.

Martha Kornblith (1959-1997).

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PARADA 121

Cuando nada te arranca una sonrisa

los mismos nombres se desprenden

la esperanza huele a salitre

a no querer

quedarse es ahí

en la marea estar y ser pero

colapsa

la gran solución para Caracas

ese jeep sabe que no debe frenar

tú tan vulnerable como él

es neblina lo que llevo

estornudos tras piropos

[pero qué nice tu nariz roja]

es posible

sentirse foránea en la tristeza

pensar infinitivos

llegar a la bondad

mas vivo

días de no verte

(1994)

Geraldine Gutiérrez-Wienken

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CARACAS

Caracas cambia un billete sucio por una lata de refresco.
Bebe el amargo-dulce mediodía
antes de que se caliente demasiado,
antes de que la eternidad de la autopista
bordee la cintura de la muerte
o se esconda entre sus faldas,
apenas escuche el primer tiro.

Inútil controlar lo verde-púbico-abundante
que humedece un mundo de goce acalorado.
También la verdadera fruta está al alcance de la mano.
Y si no, siempre se la puede bajar de una pedrada.

Aquí cada segundo apuñala un semáforo.
— Se opera de muerte y de belleza,
pero nunca de espanto –.
Antes de que la luz siquiera cambie
los ojos se apresuran a lamer los cuerpos que desbordan
los cruces de avenida, los escotes.
Ciegos de amarillo, ávidos de verde,
a veces tan rojos que no pueden contener la herida, gritan:
¡Chupa, chupa! ¡Que no se derritan los helados!
¡Caracas se muere de risa!

¿Cuánto puede tardar una ambulancia?
Menos mal que siempre se lleva la ropa interior limpia.

María Gabriela Lovera Montero. Caracas, 1972. Inédito – 2013

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Caracas

Amo la basura, porque la poesía vive ya con la basura.
Manuel Vilas

Mira qué grande cómo las avenidas
lamen los hocicos de los aeropuertos.
Mira esta ciudad de historia nueva, de mujeres y hombres nuevos.
Dime si no es grande.
Caminamos junto a los edificios, les rezamos,
les pedimos la eternidad, la chispa de la locura. Les debemos
la espiral negra de los estacionamientos, los cincuenta motores
que cada mañana nos elevan con sus ladridos perfectos.

Mira qué grande. Cómo me gusta esta ciudad.

En San Francisco me cansé de la misma sonrisa idiota
repetida en todos los rostros.
Nueva York es un espanto agotador,
un martilleo cruel en las costillas.
Ni en Buenos Aires, ni en Bogotá, ni en Madrid,
vi árboles tan saludables.
Barcelona es un mito, una ciudad simulada,
un pasillo de bohemios malnacidos que se ahogan en el mar.

Yo amo el amor asesino de los motorizados, los taxis piratas,
el temblor agridulce de los camiones de basura a las 12 de la noche.
Amo el aire acondicionado de las salas de espera
(su rumor de basso continuo), el llanto áspero de los bebés,
el estruendo de los patios a la hora del almuerzo.
Amo las braguetas abiertas de los mendigos en las ferias de comida,
el himno pastoso de la mugre,
las oficinas inflamadas y transparentes cual supernovas
que nublan el vacío como el halo amarillento
de los postes de luz.

Adoro el miedo
carburando en las aceras con su elasticidad repentina en la
luz rota del amanecer.
Oh miedo, mi único proyecto, mi última fiebre.

Leyendo a La Loca mientras espero que termine de llover,
recuerdo a un viejo amigo que murió apuñaleado
en la Semana Santa del año 2017. Pero él mismo se lo buscó, sí señor,
por no saber lo que es un psicópata,
qué clase de carros manejan,
qué armas llevan con ellos todas las noches,
qué son capaces de hacer si los miras a los ojos,
qué significa si aceleran a todo dar.

Caracas, estoy detrás de tus rodillas, con la joroba llena de dolor.
Yo era para ti. Acércate y calma mi dolor, acaricia mi pelo.
Este es nuestro tiempo, pero te haces vieja,
lo dicen todos mis amigos, mis amigos derramados,
descuartizados por todo el planeta. Mis amigos lejos de ti y de mi corazón.

De mi supremo ojo saltan monedas, de mi supremo amor
cae el peso de tus ruidos industriales. Eres
una autopista dorada, el mármol negro de la aceleración.
Yo soy tu órgano rojo.

Odio los amaneceres, odio la brisa y la luz de la mañana,
su nitidez intacta que pretende burlarse de mí.
Esta es mi lanza, esta es mi bicha —digo como Arquíloco—,
apoyado en ella bebo y con mis músculos desafío a los barcos.
Así espero (esperamos) durante siglos
la llegada del fantasma de Dios,
el más evolucionado de todos los simios,
oh Cristo verde, mutante resucitado que vendrá a incendiar nuestra ciudad
pero yo le partiré la cara.

¿Qué cosa es la ciudad?, ¿nos interesa a los poetas?
¿Habrá ciudades después de la muerte?
¿El cerebro es como una ciudad?

Las paredes laten con firmeza, se calientan.
El futuro es un pozo de negaciones, una cifra escrita en la vigilia,
una vena que no brota… Estamos locos,
pesa el intestino bajo los ojos, pesa la cáscara del desaliento,
el hastío nos revela el pulso concreto de las cosas
y en el torpor de la noche comprendo que soy varios poetas,
3.05 am, ahora entiendo
que soy
mis dedos poetas
mirando como yo una pantalla luminosa, bebiendo como yo,
masturbándose como yo en la noche ciega de Caracas.

Mira qué grande, qué bonito.

Bajo este cielo justo nos tumbamos, estamos tumbados,
y en nuestras manos se hincha el glande robusto de la felicidad.

Santiago Acosta. Caracas, 1983.

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Caraqueña outside Ccs.

En esta ciudad el caos se ahoga en el Guaire.
Cómo me río de este río.
En Caracas, decir al otro lado del río suena tan europeo,
lo que no se estila de la bufanda y gabardina,
esa elegancia de caminar entre edificaciones góticas
mientras hojas ocres, cual hélices,
avisan futuros copos de la nieve idealizada en el trópico.
Caracas, cortante sequía pasmosa de plaga acalorada
contra lluvia de días entre montes despavoridamente crecidos
repetidos verdes
que sombrean el escandaloso amarillo de este sol libre.
Más, es el sol de verdad.
Caracas para revivirla.


Astrid Lander. Caracas, 1962.

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Pasaremos

Transeúntes eternos a través de nosotros mismos,
no hay paisajes sino el paisaje que nosotros somos.
Fernando Pessoa

Caracas vive sin nosotros. Somos transeúntes accidentales. Nos ignora en su enfermedad. La enfermedad: nosotros, parásitos, hormiguero que la socava. Ella sabe que pasaremos y llegarán otros.
Esta ciudad nos acuna sin complacencias, con lo mínimo que le resta de amor, atomizado en la espera de tiempos mejores, promesa con visos de eternidad.
En ese transcurso, El Ávila mantiene sus blasfemias dentro arropadas por la sicodelia de sus cambios de color. Estoico tolera tanto lluvias como fuegos y paciente acalla sus maldiciones. Nuestro espíritu se aferra a lo colosal de la montaña; su estatura, una plegaria contundente, visión definitiva para sobrellevar las ausencias.
Nos seguirán otros.
Ante la montaña predarán por partículas de amor.
Pasarán.


Kira Kariakin, Caracas 1966. Inédito.