Armando Rojas Guardia

Nació en Caracas, Venezuela en 1949 donde murió el 9 de julio de 2020. Uno de los poetas más importantes y capitales de Venezuela. Poeta Místico y Crítico. Publicó los siguientes libros de Poesía: Del mismo amor ardiendo, 1979. Yo que supe de la vieja herida, 1985. Poemas de Quebrada de la Virgen, 1985. Hacia la noche viva, 1989. La nada vigilante, 1994. El esplendor y la espera, 2000. Patria y otros poemas, 2008. Mapa del desalojo, 2014, publicado en Colombia. Son sus libros de Ensayo: El Dios de la intemperie, El Caleidoscopio de Hermes y el Principio de la incertidumbre, en 1994. Armando Rojas Guardia, Se dio por cierto a la tarea de formar, y acompañar con sus conocimientos a las nuevas generaciones de poetas de Caracas, por mucho tiempo mantuvo un inestimable taller de Poesía que dictaba en una biblioteca pública, en una plaza o en su casa. Fue una labor muy importante la que hizo nuestro poeta. Armando Rojas Guardia, como todo buen religioso vivió una vida sencilla y precaria, en sus últimos días y ya internado en una clínica, sus amigos y pares tuvieron que reunir dinero para pagar los costos de su tratamiento. Hay que decirlo, en un País cuyo gobierno no garantiza ni la salud ni siquiera la vida de sus ciudadanos, y menos la de un poeta como Armando Rojas Guardia que fue muy critico al gobierno que azota a Venezuela. Ya en sus últimos días, Armando Rojas Guardia comentaba sobre su situación de esta forma: «Dicen que en el centro del huracán hay un eje de incólume calma. Es lo que siento ahora. En medio del malestar físico y el torbellino anímico Dios me ha concedido mantener una  serenidad subyacente, un equilibrio psíquico, imbatible, que constituye el tesoro de la gracia. Sé que estoy en las manos del misterio inefable que llamamos Dios. Mi relación con ese misterio es una historia de amor, un antiguo romance. Él es para mí lo que ha sido siempre, desde mi remota niñez: el Amado. Estoy seguro que, pase lo que pase conmigo, no me abandonará. Incluso en la hora de mi muerte podré decir, en virtud de ese amor indefectiblemente leal, podré decir: estoy a salvo«. Ofrecemos en su voz, su poema: Patria. 

Patria


Alguna vez amamos, o dijimos amar,
la terquedad sombría de tu fuerza.
La voz del padre enronquecía
al evocar calabozos, muchedumbres,
hombres desnudos vadeando el pantano,
llanto de mujer, un hijo
y más arriba (dónde arriba?)
el trapo contumaz de una bandera.
Supimos, lenta y vagamente,
que lo imposible te buscaba
extraviándote los pies
-aquellos pies de Hilda obsesionaron
a mis ojos de niño: su corteza
terrosa, vegetal, desconcertada
sobre la pulitura del granito.

Tal vez una tarde, entre los campos,
la música te deletreó de pronto
al lado de algún bosque, una colina,
un lago triste que se te parece:
la misma terquedad al revelarte
ávida no precisamente de nosotros
(los efímeros, los quizá, los transeúntes)
sino de tu pátina absurda de grandeza
-esos sueños opulentos de la historia
que son más bien su horror, su pesadilla.

Ahora que te conoces vil, prostibularia,
porque tanta voluntad ecuestre
se apeó bajo el sol a regatear
y el héroe mercadeó con su bronce
y el oro solemne del sarcófago
adornó dentaduras, fijó réditos,
y no hay toga ni charretera ni sotana
que te oculten cuadrúpeda, obsequiosa
por treinta monedas ancestrales,
yo me atrevo a cubrir tu desnudez.
No es verdad que te vendiste. Tú anhelabas
dilapidarte brusca, totalmente:
un lujoso imposible.
Lo sabías,
siempre lo has sabido y como siempre
aras en el mar. Te concibieron
con voluntad precisa de fracaso.

Cómo afirmar, pasito, que hoy te quedas
en la dificultad de sonreírte
levantando los hombros, desganado,
y diciéndote con sorna, con ternura,
mañana sí tal vez. Quizá mañana...