Andrés Catalán Salamanca, 1983. Vive en Madrid. Licenciado en Filología Hispánica. Libros: Composiciones de lugar (UP José Hierro, Premio Félix Grande, 2010), Mantener la cadena de frío, coautoría con Ben Clark (Pre-textos, Premio RNE, 2012) y Ahora solo bebo té (Pre-textos, Premio Emilio Prados, 2014). Traductor de Robert Frost, Robert Hass, Louise Glück, Philip Levine, James Merrill, Stephen Dunn y Robert Pinsky.
ANÉCDOTA DE LA TAZA (A la manera de W. S.) En la mesa la puse, un fuselaje de cerámica y bordes. Piel de nada. El agua circular ya no, ya no la espera a que se enfríe un poco, a que la boca la toque sin sufrir, a que el sabor despierte en la pupila claridad o señuelo. No la rodea más que la madera de la mesa. Nada le dice al cuarto pero de alguna forma —a pesar de lo rojo tan escueto, del sencillo motivo que la adorna— algo de lo que calla me parece escritura del azar de los dioses que nunca escriben nada. (De Ahora solo bebo té, Pre-textos, 2014) EL BORDE DE LAS COSAS Objetos muy pequeños e indefensos, inofensivos también: un jarrón, una taza, que nada parecen significar, aquellos que al entrar en un cuarto nunca vemos: casi invisible rojo de porcelana, débiles bordes de platos, límites de cerámica que nunca conocieron la piel, el sufrimiento; imperceptibles vasos tras los cuales la realidad —ese animal grosero— se agazapa deformada e inútil. Serena indiferencia de lo que contiene aire, de lo sencillamente dispuesto para el uso. Pero estalla —con rabia o con descuido— al más pequeño de ellos y verás en sus bordes convocarse una herida. (De Ahora solo bebo té, Pre-textos, 2014) RAILOWSKY (A propósito de la fotografía de Cartier-Bresson) El salto se refleja en ese charco. Repetir no es nombrar —y nombrar es que algo acontezca— pero ocurre —a veces ocurre, sí, que el simulacro de la vida guarda algún parecido con la vida— que el salto en el poema se parece a ese salto que en el charco repite el otro salto del muchacho que imita —sin saberlo— el salto suspendido que en un cartel de circo es el ajeno origen de tanto equilibrismo. (De Ahora solo bebo té, Pre-textos, 2014) UN ENCUENTRO EN PALACIO 1. Perfección no es hermosura. La verdad es belleza y Keats aún no ha nacido. Lo sabe bien ese hombre callado —nunca se enreda en cifras, nunca en signos— con que me cruzo a veces en estas galerías. Alguien me dijo, una vez, su nombre: Michelangelo Merisi da Caravaggio. 2. Compleja dedicación de unos cristales, se me ha muerto una perla de contemplar la luna. 3. Si el hombre de la luna ya no habita la lisa superficie del astro —es decir la manzana que en blanco y negro cuelga de este cielo tan plano— por qué soñar un rostro de rizos más perfectos que los que a ese hombre de cáscaras y harapos le acarician el cuello del desastrado abrigo. 4. ¿Y entonces vemos o nos ven? Si el sol viene de fuera, de ese coro de vidrios que inundan el pasillo, ¿por qué circunscribir los retratos, la vida a la hechura perfecta que dicta la distancia de lo que —así— fingimos no haber mirado nunca? Que todas las figuras desvelen lo que tienen más allá del icono —símbolo sea por mor de otra retina— para que así la historia no se aclare, para que así nunca se repita. (De Ahora solo bebo té, Pre-textos, 2014) LOS RETRATOS EXIGEN ESTAR QUIETOS Para poder nombrarte he de estar quieto: que en torno todo siga pero nada se mueva en esta habitación. Que el cortacésped avance en el jardín, que una radio se encienda, que se entornen las puertas y los insectos salgan en busca de las lámparas pero tú te detengas, que los dos detengamos un momento las cosas a pesar de las cosas. Que el mundo gire aún, que la vecina grite la cena está ya lista, que la vida prosiga, torpe, infiel, que los años golpeen en los cristales pero nada supongan. Que nada me interrumpa, que no importe ese ruido. Un retrato es un gesto que dócil se nos une, la detenida mano que al mismo tiempo otorga la salvación del darse y su condena. (De Ahora solo bebo té, Pre-textos, 2014) PAUL WITTGENSTEIN INTENTA PELAR UNA NARANJA Esta música lleva mucha muerte dentro y una mano. En alguna estancia, piensa, prosigue su canción la que le falta. Invierno de Nueva York: todo está lejos —amplísimos pabellones de la ciudad de Viena— y el paisaje aún existe porque le pone empeño, salvación o condena de a quien las notas dictan no solo una existencia, un argumento discretamente en marcha, sino cuartos, pasillos, una serie de casas cuya musculatura se despierta distinta —ahora blanca, ahora negra— con cada movimiento. La música es memoria, y es deseo: el color que cambia en la naranja, el único cuchillo que insistió contra el peso de la fruta, su terca capacidad de resistencia, el descartado brillo que en el mantel reposa certificando el hecho de que cada distancia supone una avaricia, una promesa que no aclara de qué lado de la intemperie caerá su cumplimiento. (De Ahora solo bebo té, Pre-textos, 2014)