Peter Balakian

Peter Balákian. Nació en New Jersey en 1951, de origen armenio. Poeta, narrador y docente. Es columnista de periódicos y diarios locales. Escribió: memorias sobre el Genocidio Armenio, Premio Raphael Lemkin 2005. Ha publicado ocho libros de poesía. Es Premio Pulitzer de Poesía 2016, con su libro: Diario de Ozono. Sus poemas han sido publcados en las principales revistas de poesia en EEUU. Ha sido traducido a varios idiomas. Mereció, La Medalla Presidencial de la República de Armenia, las Becas Guggenheim y NEA, el Premio Spendlove de Justicia Social, Tolerancia y Diplomacia, entre otros.  En 2020 Arrowsmith Press publica: No Sign.

Abandonando Aleppo


 

¿Cómo fue que el sonido de las campanas pasó sobre las peñas

cuando las sedas sobre los estantes estrangularon el aire –

antes de convertirse en nubes de flores? 

Así fue como vino el día con sus semillas de granada

y gritos callejeros; el sacerdote  que nos llevó anoche

por el barrio armenio desapareció a mediodía.

El cielo sobre el patio de la Catedral de los Cuarenta Mártires

era de un azul helado que resonaba con los disparos de las Kalachnikov 

y las campanas que mi abuela había oído en otro tiempo.

Dejamos las maletas en el dormitorio y fuimos a parar 

a una cafetería con radio-caseta donde trabajadores con ropa camuflada

se precipitaban sobre el café y los pistachos dulces.

Nosotros nos metimos en los bolsillos unas pitas

finas como pergamino, agarramos las aceitunas partidas.

Tu corriste a refugiarte en un edificio vacío; yo me quedé

hasta que los jeeps y los soldados se fueron y algunos

de mis amigos armenios salieron con jarros de agua.

Un tanque se herrumbraba – algunas cámaras colgaban todavía

de las alambradas. Alambres rodaban a lo largo del horizonte.

 

Traducción: Adam Gai


 
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Leaving Aleppo

How did the sound of bells come over the cliffs

when the silks on the racks strangled the air —

before they turned to clouds of flowers?

That’s how the day came with its pomegranate seeds

and street screams; the priest who walked us last night

through the Armenian quarter was missing by noon.

The sky over the courtyard of Forty Martyrs Church

was frozen blue, ringing with AK-47s

and bells that my grandmother heard in another day.

We left our bags in the bedroom and wound

up in the boom-box café where workers in camouflage

slumped over coffee and sweet pistachios.

We rolled some parchment-thin pita

in our pockets, grabbed the cracked olives.

You ran into an empty building; I stayed

until the jeeps and soldiers left and some

of my Armenian friends came out with jars of water.

A tank was rusted out — some cameras were still hanging

from fences. Some fences rolled along the horizon.

Peter Balakian