Vicente Gerbasi. Venezuela. (1913-1992). Poeta y Diplomático. Perteneció al Grupo viernes. Su Libro más representativo es; Mi padre, el Inmigrante, 1945. Otros libros: Los espacios cálidos, 1952. Tirano de sombra y fuego, 1955. Por arte de sol, 1958.
Mi tierra En la yerba tostada por el día, el sueño del caballo nos rodea de flores, como el dibujo de un niño, mientras la fruta cae del espeso follaje plateado, que tiembla y brilla en las cigarras de una luz solitaria. ¿En qué edad vivo, ahora que atravieso esta soledad de fuego, esta tristeza donde muge el toro en lontananza, esta nostalgia donde el cacto crece entre las colinas y va hasta el horizonte, esta monótona melancolía de la paloma torcaz, escondida, aquí junto al río, más allá, no se sabe dónde, junto a la muerte, bajo el cielo límpido que transporta alguna nube ardiente? Ando entre derretidos espejos donde la flor se desfigura, donde la miel resbala con el cuerpo deforme de los árboles, por donde el ave pasa con un efímero temblor de iris. La tierra muestra sus rojas heridas, sus pedruscos, sus cuevas, sus grandes hormigas, sus gruesas hojas aceitosas, sus palmas, sus viviendas de barro, donde el hombre cuelga su guitarra. La gente seca en el viento del sol pieles de toro, muele el maíz, hace el almidón, teje la fibra dorada, mas anda como invisible, en silencio, en la pesadumbre, en el humo del tabaco, buscando yerbas medicinales, Interrogo y no recibo respuesta, y sólo alguna voz, desde una puerta oscura que guarda la pobreza, me dice: "Cuídate de la muerte en estos campos de la soledad", y vuelve a esconderse, mientras el viento mueve sus llamas, y levanta el polvo entre las resecas espigas, entre los ancianos que permanecen sentados junto a la ceniza. Nada de hecho, sólo siento el sol, silbar la serpiente; nada he dicho aún, sólo sé que amo esta gente sonámbula, que del mundo sólo conoce esta tierra roja, estas colinas rojas, donde crece la vegetación más amarga y sedienta. Nada sé, sólo oigo pasos, voces y cantos quejumbrosos, y por la tarde veo que llevan un ataúd hacia la noche. ************ Te amo, infancia, te amo porque aún me guardas un césped con cabras, tardes con cielos de cometas y racimos de frutas en los pesados ramajes. Te amo, infancia, te amo porque me regalaste la lluvia que hace crecer los riachuelos de mi aldea, porque le diste a mis ojos un arcoiris sobre las colinas. ¿Aún existen los naranjos que plantó mi padre en el patio de la casa, el horno donde mi madre hacía el pan y doradas roscas con azúcar y canela? ¿Recuerdas nuestro perro que jugando me mordía las piernas y las manos? Nacían puntos de sangre, un pequeño dolor, pero todo pasaba pronto con el sabor de las guayabas. Te amo, infancia, te amo porque eras pobre como un juguete campesino, porque traías los Reyes Magos por la ventana. Un día llevaste a la puerta de mi casa un hombre de barba que hacía bailar un oso a golpes de tambor, y otro día le dijiste a mi padre que me regalara un asno negro. ¿Recuerdas que tú y yo lo bañábamos en el río? ¿Recuerdas que había una penumbra de bambú y helecho? Te amo, infancia, te amo porque me ponías triste cuando estaba enfermo, cuando mi madre me hablaba de su tierra lejana. ¿Recuerdas? Una vez me mostraste un eclipse a las diez de la mañana y las aves volvieron a dormir. ¿Existe aún aquel niño sin parientes que un día bajó de la montaña y me pidió el pan que yo comía en la plaza de la aldea? Te amo, infancia, te amo porque me dabas panales de miel en la casa de la escuela, porque me llevabas al sitio donde vivían las vacas. Te amo, infancia, te amo porque me regalaste mi aldea con su torre, y sus días de fiesta con toros y jinetes y cintas y globos de papel y guitarras campesinas que encendían las primeras estrellas más allá de los árboles. Te amo, infancia, te amo porque te recuerdo a cada instante, en el comienzo del día y en la caída de la noche, en el sabor del pan, en el juego de mis hijos, en las horas duras de mis pasos, en la lejanía de mi madre que está hecha a tu imagen y semejanza en la proximidad de mis huesos.