Enriqueta Arvelo Larriva

Enriqueta Arvelo Larriva. Nació el 22 de marzo de 1886 en Barinitas, Venezuela. Vivió la mayor parte de su vida en la provincia y al final de su vida se estableció en Caracas donde murio en 1962. Mantuvo correspondencia con Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou. Su primer libro: Voz Aislada lo publica en 1939. El Cristal Nervioso en 1941. Poemas de una pena, 1942. El Canto del Recuerdo, 1949. Mandato del Canto, 1957. Poemas perseverantes, 1960. Fue la verdadera poeta de su familia, aunque su hermano fue el que tuvo un mayor reconocimiento. 

Enriqueta Arvelo Larriva, en la pluma de Salvador Tenreiro: Es una escritora “sin trayectoria”, como ella misma confiesa.  No ha hecho carrera de poeta ni es invitada a recitales, porque ni siquiera figura en ninguna antología. No vive en ciudad alguna sino en un pueblo “sin historia”, al pie del Ande venezolano. “Aislada” y como en otro de sus libros “El cristal nervioso”: Aunque tiene fama de impulsiva: “no he hecho en la vida sino reprimir mis impulsos”, debido a “mi temperamento excesivamente nervioso.  En cuanto a mi mejor virtud creo que ella sea la firmeza.  Aunque la llevo como mujer, tengo firmeza de hombre.”  Su voz es una de las más austeras de la poesía venezolana.  Aislada y desnuda.  Aislada y limpia.  Su misterio es la claridad.  Sus revelaciones conciernen a la vida corriente.  Ella es, si se me permite, la Edward Hopper de la poesía venezolana de la primera mitad del XX.

Tú, el minúsculo

Pájaro pequeñísimo, que recién nacido me dieron,
cómo me causó asombro
ver en tu implume y breve cuerpo
la vida, tan perfecta,
que ya alzaba tus alas
en ensayo del ensayo del vuelo.

Mas fue mayor mi asombro
cuando estuviste plenamente quieto.

Confunde ver la inmensa muerte
entrar toda en un mínimo cuerpo.

Y aún me diste otro asombro:
tú, el minúsculo en la vida,
crecías hasta parecerme un gran muerto.

Caído en mi mano,
con sudario de luz de tarde,
crecías ante mis ojos abiertos y mudos.
Crecías en la nada
como si fueses por lo eterno

 

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PIEDRAS


Limpias, manchadas, lucen en la arena
piedras que alternan con hundidos astros.
Los cristales relévanse viajeros
y ellas aman ser suelo de ese viaje.

Piedras de arroyo, al fondo y exhibidas,
pureza dura que se aduerme, echada,
al murmullo seguido y encimero.
Piedras ufanas de sus manchas límpidas.

Que se apeguen leales a su arena
y gocen el renuevo que las baña.