Una Morada flotante

Hay momentos para detenernos y preguntar por el objeto de nuestros quehaceres, para interrogar el significado de lo que llevamos adelante, escrutar una voz más íntima que le otorgue sentido a lo que emprendimos. Hoy estamos en una de esas ocasiones a las que suelen llevarnos los aniversarios, las fechas conmemorativas, los cumpleaños. Nos encontramos en uno de esos instantes en los que el tiempo recuerda que el pasado, como decía San Agustín, ha sido mucho tiempo porque aún es presente.

Hace 30 años nació La Maja Desnuda, ahora sabemos que no se trataba solo de un programa radial ni de un archivo de voces de poetas, ni de una propuesta particular de cómo ver el mundo. Todo eso lo define, sí, pero viendo hacia atrás, deshaciendo lo andado, podemos entender que esa media hora de camino entre textos, personajes, pensamiento, con la que semanalmente nos encontramos, ha ido conformando un lugar, un espacio que tiene una dimensión propia y que desde hace rato nos asila. Y está allí fielmente constituido para recibirnos, cumpliendo con su silenciosa función de devolvernos la escucha, de disponernos al encuentro con las voces más hondas, de situarnos donde estamos menos solos.

Para quienes lo seguimos desde sus orígenes en la Emisora Cultural de Caracas y que ahora vivimos esparcidos en distintas latitudes del mundo, ese lugar que convoca religiosamente la emoción estética, la imaginación poética, la música, es ahora más que nunca un asidero, una morada flotante que nombra nuestras vidas llenas de vicisitudes e imperfecciones, pero a la vez nos vincula con algo que nos sobrepasa y redimensiona. La poesía, dice Mark Strand, permite que nos sintamos poseedores de nuestra pérdida en vez de poseídos por ella.

Este libro que presenta hoy Nidia Hernández, creadora de La Maja Desnuda, constituye, pues, el símbolo de una celebración, el homenaje a un territorio afianzado cuya función ha sido y es fundamentalmente la hospitalidad, el amparo de la poesía, la protección de un rito que nos da forma y que, estemos donde estemos, a pesar de los designios del tiempo, no deja de oficiar su liturgia.

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